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LAS MOSCAS 49 quien ha perdido su sombra; y ya no hubo nada en el cielo, ni Bien, ni Mal, nadie que dé órdenes» (p. 72 [182]). Una idea que desarrollará, posteriormente, con más deten ción y virulencia literaria e ideológica en su obra Le Diable el le bon Dieu, Gallimard, París 1951. Trad, cast. El Diablo y Dios, Alianza Losada, Buenos Aires 1986 reimpresión. La libertad es la experiencia más inmediata y evidente en la obra de Sartre. Y la que tiene que elegir los caminos de cada persona, en consonancia con su teoría acerca de los fines y valores. Ella es quien los elige. Orestes, prototipo del hombre libre, auténtico, inventa constatemente su camino, aunque en este quehacer vaya con tra el mismo Júpiter y los suyos: «Porque soy hombre, Júpiter, y cada hombre debe inventar su camino. La naturaleza tiene horror al hombre, y tú, tú, sobera no de los dioses, también tienes horror a los hombres» (p. 73 [182]). Es lo que defiende Orestes a lo largo de toda su obra. Rompe con todo lo que signifique sometimiento de su liber tad, servicio de «gusanito» en el universo del Creador y a los deseos de Júpiter, incluso al Bien que éste le traza para que los hombres lo realicen (cfr. p. 71 [180]). No busca excusas de esclavo (cfr. pp. 71-72 [180-181]). Así se lo manifiesta tajantemente a Júpiter, acudiendo a la experiencia de su propia libertad y a su propia definición exis tencial: «No soy ni el amo ni el esclavo, Júpiter. ¡Soy mi libertad! Apenas me creaste, dejé de pertenecerte» (p. 72 [181]). Inmediatamente a esta proclamación de su libertad, Electra acusa a su hermano de «blasfemo» (p. 72 [181]).

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