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34 DIONISIO CASTILLO CABALLERO Frente a esta postura de total autonomía, Electra, cargada por el peso del remordimiento, rechaza ese don, esa oferta de su hermano —que pesa como plomo sobre el alma— (cfr. p. 74 [185]). Y acude a Júpiter como a su único salvador, echán dose en sus brazos: «Socorro! Júpiter, rey de los dioses y de los hombres, mi rey, tómame en tus brazos, llévame, protégeme. Seguiré tu ley, seré tu esclava y tu cosa, besaré tus pies y tus rodillas. Defiéndeme de las moscas, de mi hermano, de mí misma, no me dejes sola, consagraré mi vida entera a la expiación. Me arrepiento, Júpt ter, me arrepiento» (p. 75 [185-186]). Y se marcha corriendo, para no poder ser atrapada por su hermano... Orestes, ante la amenaza de las Erinias, se siente solo, en completa soledad: «...estaré solo hasta la muerte. Después...» (p. 75 [186]). Y termina con un profundo suspiro de conmiseración por su hermana: «Pobre Electra!» (p. 75 [187])... En este momento, El Pedagogo, que acompaña a Ores tes, aparece en el templo y se dispone a ayudarlo. Le indica que los hombres de Argos se encuentran amotinados ante las puertas del templo (cfr. p. 76 [187-188]). Su vida peligra. Y le ofrece huir. Ante esta situación, echa de menos el dulce país de Atica, «donde era mí razón la que tenía razón» (p. 76 [187]). Orestes le insta a que abra la puerta sin miedo. El Pedagogo se niega. Pero, al final, después de la insistencia de Orestes, le obedece. Abre las puertas a la multitud que, sorprendente-
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