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LAS MOSCAS 33 «Ten cuidado; acabas de confesar tu debilidad. Y no te odio. ¿Qué hay de ti a mí? Nos deslizamos uno junto al otro sin tocarnos, como dos navíos. Tú eres un Dios y yo soy libre; estamos igualmente solos y nuestra angustia es semejante. ¿Quién te dice que no he buscado el remordimiento en el curso de esta larga noche? El remordimiento, el sueño. Pero ya no puedo tener remordimiento. Ni dormir» (p. 73 [183]). Orestes, desde esta afirmación radical de su libertad, y en el careo con Júpiter, asume su misión liberadora: abrir los ojos a sus conciudadanos y anunciarles el crepúsculo de los dioses: «Los hombres de Argos son mis hombres. Tengo que abrirles los ojos...» (p. 73 [183]). Misión que ci mismo Júpiter reconoce: «Bueno, Orestes, todo estaba previsto. Un hombre debía venir a anunciar mi crepúsculo. ¿Eres tú? ¿Quién lo hubiera creído, ayer, viendo tu rostro femenino?» (p. 73 [183]). Júpiter vuelve, de nuevo, a la carga sobre Orestes, haciendo lo imposible para producir en éste el arrepentimiento: «Pobres gentes! Vas a hacerles el regalo de tu soledad y la vergüenza, vas a arrancarles las telas con que yo los había cubierto, y les mostrarás de improviso su existencia, su obsce na e insulsa existencia, que han recibido para nada» (p. 73 [183]). Orestes reconoce que precisamente éste es su propio desti no. Y es preciso aceptarlo. Incluso en un destino de desespera ción. Pero hay que reconocer que el hombre es libre y harán con su existencia lo que quieran: «Lo que quieran; son libres y la vida humana empieza del otro lado de la desesperación» (p. 73 [183])...

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