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32 DIONISIO CASTILLO CABALLERO hubo nada en el cielo, ni Bien, ni Mal, nadie que me diera órdenes» (p. 72 [182-183]). Júpiter vuelve a insistir en la preeminencia del Bien sobre el Mal... Pero Orestes se rebela contra esta forma de concebir al hombre. Se reconoce solo ante el Bien y el Mal. Es su propia condición. Pero Júpiter no se resiste a esta insurrección y le recuerda a Orestes algo que considera importante en su histo ria personal: «.. .Recuerda Orestes: has formado parte de mi rebaño, pacías la hierba de mis campos en medio de mis ovejas. Tu libertad sólo es una sarna que te pica, sólo es un exilio» (p. 72 [182]). Orestes acepta la definición descriptiva de su propia liber tad ofrecida por Júpiter: un exilio. Y la acepta con todas sus consecuencias, por duras que se presenten. Aún más, se reco noce incluso como «extraño a sí mismo»: «Extraño a mí mismo, lo sé. fuera de la naturaleza, contra la naturaleza, sin excusa, sin otro recurso que en mí. Pero no volveré bajo tu ley; estoy condenado a no tener otra ley que la mía. No volveré a la naturaleza; en ella hay mil caminos que conducen a ti, pero sólo puedo seguir mi camino. Porque soy un hombre, Júpiter, y cada hombre debe inventar su camino. La naturaleza tiene horror al hombre, y tú, tú, soberano de los dioses, también tienes horror a los hombres» (p. 73 [182]). Es la afirmación más radical de su propia libertad frente a todo lo que signifique ley, orden, mandato, caminos preesta blecidos, dados de antemano. Su libertad es su propio camino. Su único camino... Precisamente Júpiter reconoce su odio a los hombres como indica Orestes. No puede resistir su libertad. Es su «gran debi lidad», le acusa Orestes. Y de ahí la advertencia de éste a aquél, al mismo tiempo que precisa bien los lindes entre am bos: hombres y dioses:

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