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LAS MOSCAS 31 Orestes se afianza, cada vez más, en el reconocimiento de su propia libertad, en un diálogo exquisito literariamente y en contenido entre Orestes y Júpiter. Lo podemos considerar como punto culminante de toda la obra de Las moscas. Júpiter trata de proponer los principios básicos, los funda mentos de su poder sobre el hombre y su libertad: la creación (pp. 70-71 [179-180]). Orestes, que a lo largo de todo el Acto tercero de la obra ha ido cobrando progresivamente fuerza y su figura se ha ido agigantando de modo sorprendente ante los mismos dioses, en medio de su soledad, la incomprensión y el rechazo —in cluso de su propia hermana—, que sufre como hombre libre, reconoce este hecho aducido por Júpiter. Pero no admite, en modo alguno, las consecuencias que pretende extraer Jüpiter: «Eres el rey de los dioses, Júpiter, el rey de las piedras y de las estrellas, el rey de las olas del mar. Pero no eres el rey de los hombres.. No soy el amo ni el esclavo, Júpiter. ¡Soy mi liber tad! Apenas me creaste, dejé de pertenecerte» (pp. 71-72 [180-181]). Seguidamente, hace una pequeña historia de su vida en torno al surgir de la conciencia de su libertad frente a Júpiter. Precisamente «hasta el día de ayer» mismo, en el que seguía la voz del Bien de Júpiter: «...la sirena, cantaba y me prodigaba consejos. Para incitarme a la lenidad, el día ardiente se suavizaba como se vela una mirada; para predicarme el olvido de las ofensas, el cielo se había hecho suave como el perdón. Mi juventud, obediente a tus órdenes, se había levantado, permanecía frente a mis ojos, suplicante como una novia a punto de ser abandonada: veía mi juventud por última vez. Pero de pronto la libertad cayó sobre mí y me traspasó, la naturaleza saltó hacia atrás, y ya no tuve edad y me sentí completamente solo, en medio de tu mundito benigno, como quien ha perdido su sombra; y ya no
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