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LAS MOSCAS 29 Orestes, no satisfecho con la muerte de Egisto, pide a Elec tra que lo acompañe a la cámara de la reina... Pero es demasia do fuerte para ella, que trata de salvar a su madre... Y Orestes se dirige solo. Y comete el matricidio (p. 5$ [160])... El alma de Electra, después de ese momento de duda, se inunda de alegría. Al fin, su padre está vengado. Orestes, por su parte, se siente libre y de acuerdo consigo mismo. Ha reali zado, por fin, «su acto» (pp. 60-61 [162-163]): «Y este acto era bueno. Lo llevaré sobre mis hombros como el vadeador lleva a los viajeros, lo pasaré a la otra orilla y rendiré cuenta de él. Y cuanto más pesado sea de llevar, más me regocijaré, pues él es mi libertad... Hoy no hay más que uno —camino—, y Dios sabe a dónde lleva: pero es mi cami no...» (p. 61 [163]). Tan pronto como han cometido el doble crimen, las mos cas y las Erinias —diosas del remordimiento— anuncían su pre sencia horrorosa y su mirada atormentadora (p. 61 [163-164]). Orestes y Electra huyen con rapidez al santuario de Apolo, «al abrigo de los hombres y de las moscas» (p. 54 [164])... C) ACTO TERCERO En el Acto tercero, que se desarrolla en el templo de Apolo, Orestes y Electra duermen, al pie de la estatua de Aquél, bajo la mirada de las Erinias, que ansían torturarlos, ávidas de «car naza» humana en situación de remordimientos... Al despertarse, las Erinias —unidas en un coro al uníso no— desafían a Electra, sumida en la pesadilla del sueño sobre su madre muerta y ensangrentada, mediante promesas repug nantes de «mordiscos, gruñidos de mastín, odios, ulular, cruji dos, sorbos de sangre y de pus...» (pp. 63-64 [167-16$]). Y las

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