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LAS MOSCAS 27 «Por un hombre muerto, veinte mil sumidos en el arrepenti miento; ése es el balance. No hice un mal negocio.. Me gustan los crímenes que se pagan...». Orestes, en cambio, «no tendrá arrepentimiento... ni la sombra de uno.. Son crímenes ingra tos y estériles» (p. 55 [154]). Sartre introduce aquí un interesante contraste entre Júpiter y Egisto, mediante un diálogo enriquecedor, en el que cada uno pretende autodefinirse, encontrando semejanzas entre ambos: entre el rey y dios... Egisto, reflexionando sobre el sentido de su persona, ex presa sus sentimientos más hondos: «todos mis actos y palabras tienden a componer mi imagen; quiero que cada uno de mis súbditos la lleve en sí y sienta pesar) aun en la soledad, mi mirada severa en sus pensamien tos más secretos. Pero soy mi primera víctima: o no me veo como me ven, me inclino sobre el pozo abierto de sus almas y mi imagen está allí, en el fondo; me repugna y me fascina. Dios todopoderoso, ¿quién soy yo sino el miedo que los demás tienen de mí?» (p. 56 [156]). Perfecta representación de Júpiter, que se siente reflejado en las palabras de Egisto: «Y quién crees que soy? También yo tengo mi imagen. ¿Crees que no me da vértigo? Hace cien mil años que danzo delante de los hombres. Una danza lenta y sombría. Es preciso que me miren: mientras tienen los ojos clavados en mí, olvidan mirar en sí mismos. Si me olvidara un solo instante, si los dejara apartar la mirada...» (p. 56 [156]). Ambos, reconocen, tienen la misma pasión: «el orden» (p. 56 [156]). Frente a ellos, confiesan la singularidad del hombre, de Orestes:

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