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26 DIONISIO CASTILLO CABALLERO Allí, escondidos, siguen la conversación de unos guardias, que aluden al enloquecimiento de las moscas, que «huelen a los muertos y eso ies alegra» (p. 49 [144]). Al momento, aparecen Egisto y Clitemnestra. Se sientan y comentan lo acontecido. Aquél reconoce su habilidad para crear «comedias» de la fiesta de los muertos: «Hace quince años que sostengo en el aire el brazo tendido, el remordimiento de todo un pueblo» (p. 51 [148]). Su mirada les hace sentirse culpables a todos sus súbditos (p. 52 [149]). Por lo que se dirige a Júpiter, interpelándole: «Es éste, Jtpiter, el rey que necesitabas para Argos? Voy, vengo, sé gritar con voz fuerte, paseo por todas partes mi alta y terrible apariencia, y los que me ven se sienten culpables basta la médula. Pero soy una cáscara vacía: un animal que me ha comido el interior sin que yo me diera cuenta. Ahora miro en mí mismo y veo que estoy más muerto que Agame nón...» (p. 52 [149]), En este momento, entra en juego Júpiter, que ha dejado el Olimpo para notificar a Egisto una noticia importante —los dioses no abandonan el Olimpo a no ser por motivos intere santes—: el crimen que se está tramando contra él. Es preciso ordenar la captura de un joven que se hace pasar por Filebo y lo arrojen con Electra a alguna mazmorra (cfr. p. 54 [152]). Desea apartarle de dicho peligro inminente... Pero Egisto se resiste a entrar en los planes de Júpiter. No ve con la suficiente claridad por qué no avisó, entonces, a Agamenón, con los deseos que tenía éste de vivir... Júpiter pre tende explicárselo. Muy sencillo y profundo, a la vez: Por la gran diferencia existente entre el crimen de Egisto y del que se está a punto de cometer. El cometido por Egisto tuvo un feliz resultado: el arrepentimiento, con todas las consecuencias para el pueblo. No así el de Orestes:
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