BCCCAP00000000000000000000222

LAS MOSCAS 25 Electra vuelve a insistir en las órdenes recibidas de ios dioses, manifestada en aquella luz... Pero Orestes no admite órdenes: «Ordenes?.. Ah, sí... ¿Quieres decir esa luz alrededor del guijarro grande? Esa luz no es para mí; y nadie puede darme órdenes ya» (p. 45 [139]). Orestes sigue contemplando su ciudad: «Y esta ciudad es mi ciudad» (p. 46 [139]). Desea convertirse en destral, hun diéndose en el corazón de ella «como el destral en el corazón de una encina» (p. 46 [140]). Electra, por su parte, aprecia el gran cambio que Orestes ha experimentado: Aquel Filebo tan dulce, con los ojos tan brillantes.., ha cambiado. Hasta hacerse irreconocible. Le ha bla, ahora, de sangre, de ser como «carnicero de delantal rojo» .de «ladrón de remordimientos ajenos», instalando en sí toda la contrición de las gentes, asumiendo todos los crímenes de su ciudad, cargar con todos sus males... (cfr. p. 47 [14 1-142]). Es, entonces, cuando Electra le reconoce como a su propio hermano, como el libertador que ella esperaba, con el que había soñado durante mucho tiempo y le había esperado. Por primera vez se dirige a él con su propio nombre: Orestes. Se siente en el «umbral de un acto irreparable, con el que había soñado» y asume su plena responsabilidad. La de «su» propio acto; aunque siente miedo: «Orestes, eres mi hermano mayor y el jefe de nuestra familia, tómame en tus brazos, protégeme porque vamos al encuentro de padecimientos muy grandes» (p. 48 [142]), Cambiada la situación de incomprensión, Electra intro duce, a hurtadillas, a su hermano en el salón del trono del palacio.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz