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22 DIONISIO CASTILLO CABALLERO El texto, aunque su transcripción resulte algo extensa, no tiene desperdicio. Sartre ha pintado el momento con colores terroríferos. Es la religión de los «muertos»... Estos, al fin, hacen su aparición. Todos. Con sus propios motivos de muerte: «madre por falta de cuidados... infortuna dos deudores... los muertos en la miseria.., los que se ahorca ron porque los arruinaron.., los niños a los que se les negaron las alegrías... Todos los tormentos que les habéis infligido pe san como plomo en sus almitas rencorosas y desoladas» (p. 34 [1221). La multitud, presa del remordimiento, delíra, confesándo se culpable públicamente, pide piedad ante la mirada de aqué lbs... Es la palabra que se repite constantemente: «íPiedad!»... pidiendo perdón mientras aquéllos están muertos (cfr. pp. 33- 35 [120-123]). Hasta Egisto reconoce su suplicio por la muerte de Agarne nón, producida por sus propias manos: «iPaz! ¡Paz! Si vosotros os lamentáis aquí, ¿qué diré yo, vues tro rey? Pues ha comenzado mi suplicio: el sucio tiembla y el aire se ha oscurecido; aparecerá el más grande de los muertos, aquel a quien he matado con mis manos: Agamenón» (p. 35 [123]). Al oír Orestes el nombre de su padre, intenta arrojarse contra Egisto. Pero es detenido por Jzpiter (cfr. p. 36 [124]). Y en medio de esta tensa ceremonia, aparece Electra, vesti da de blanco, en vez de negro, como estaba preceptuado. La multitud se indigna ante tal osadía. El Gran Sacerdote la acusa de «sacrílega» y de burlarse de los muertos (cfr. p. 36 [124]). Pero Electra se autojustifica: «De luto? ¿Por qué de luto? ¡No temo a mis muertos y nada tengo que ver con los vues tros!» (p. 36 [124]).

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