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LAS MOSCAS 19 Electra le explica toda su lamentable situación desde la mafíana hasta la noche. Un mísero estado es el suyo: «...no soy más que una sirvienta... La última de las sirvientas... Lavo la ropa del rey y de la reina... También lavo la vajilla... Todas las mañanas debo vaciar el cajón de basuras...» (p. 21 [100-101]). Y se interesa por el modo de vivir en Corinto: sus plazas, sus gentes... Hasta que llega al centro de su atención: «—Sí? Escúchame. ¿Las gentes de Corinto no tienen remor dimiento? —A veces. No muchas. —Entonces, ¿hacen lo que quieren y después no piensan más? —Así es» (p. 23 [104]). Electra queda seducida por este modo de vivír tan particu lar, que ella, también, querría para ella. Pero siente miedo. Reconoce su falta de valor, su miedo para realizar un auténtico acto de libertad, su huida: «Me falta valor; tendría miedo, sola en los caminos... Sólo cuento contigo. Soy la sarna, la peste: las gentes de aquí te lo dirán. No tengo amigas» (p. 22 [102])... Termina esta conversación con la aparición de su madre Clitemnestra. Viene a transmitirle las órdenes de Egisto: debe asistir a la fiesta de los mztertos (cfr. pp. 22-23 [106-1071). Electra se niega a asistir a dicha fiesta. No desea asistir a esas «mojigangas». «Son los muertos de ellos, no los míos» (p. 2$ [102]). Clitemnestra aprovecha, entonces, la ocasión para poner a Orestes al corriente de todo lo que acontece. Confiesa su peca do y reconoce su culpabilidad y su arrepentimiento. La culpa que cometieron es el motivo de toda esta situación a la que está sometido el pueblo (cfr. pp. 24-27 [106-110])...

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