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54 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA do que con solo el diezmo no tenía suficiente congrua, la mañana si– guiente les puse el quinto y los indios no hacían sino reir y yo me com– ponía muy bien. El día siguiente, luego de salir del rancho, empezó a llover y no pa– ró todo el día y, como no podíamos llevar tolda, era preciso ir casi to– dos podridos. Aquel día nos alimentamos de guamas, que no sé si V.C. las conoce, que son como algarrobas pero cuadradas y cuarta y media de largas. Son muy sabrosas y dulces y por eso cargamos mucho con ellas. A la noche nos vimos con mil trabajos para soplar candela por estar todo hecho un pantano y nosotros también. Al mismo tiempo las guamas daban señales de estar muy mal contentas dentro de las barrigas porque son muy flatosas, y así hubiera visto, peor mal digo, hubiera es– cuchado cómo toda la noche, porque no podíamos dormir por falta de abrigo, parecía aquello la batería de Gibraltar. No me detengo más en contar el contento de aquella noche porque no me regañe V.C., pero le digo que fue bastante para divertirnos la hambre y el sueño. Proseguimos la mañana siguiente nuestro viaje y, luego de salir, nos volvió a visitar el golpe del aguacero y no nos dejó hasta el puerto, en donde habíamos de dejar las curiaras para ir por tierra. Llegando allí tuve un susto muy grande porque hallamos un rastro fresco de gente y había tres cáscaras, y luego temí por el cimarrón no nos hubiese pasado adelante para dar el aviso. Desembarcamos y luego se escuchó mido y, saliendo los indios por el monte con sus flechas, en menos de un cuarto de hora trajeron cuatro puincas, con que pudimos mezclar el alivio con los trabajos. Como no eran más de las tres de la tarde, el tiempo se había levantado y nos dijese el práctico que a dos leguas había una labranza vieja y que había maíz tierno, luego fueron allí unos indios y aquella misma tarde nos vinieron con la noticia de que habían cogido a un hombre y dos muchachos. La mañana siguiente, dejando las curiaras y tomando los trastes y bastimentos a cuestas, nos fuimos allí y, asando un poco de maíz para comer, nos partimos sin más detención a una ranchería que estaba cua– tro leguas de allí donde cogimos seis hombres con sus mujeres e hijos. Allí supimos que a un día de camino había otra ranchería con mucha gente y así, habiendo descansado un día, emprendimos aquel negocio. Los caminos, si es que así se pueden llamar, estaban fatales como se puede pensar en tiempo de tantas aguas, y la jornada fue muy penosa por tantos ríos, quebradas , cerros, y en especial uno que, para llegar arri– ba, hube de descansar tres veces. Esto era la vigilia de Corpus. Una
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