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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN GUAYANA 51 Al cuarto día llegamos a un raudal llamado Guanche pero más bien lo llamaría yo Gancho por lo que detiene a la gente. Bien sabe V.C. qué cosa es el salto del Caroní, pues yo digo que, al tiempo que se pasa éste de Guanche, se pasarían cuatro saltos del Caroní, pues más de ser tan horroroso, se han de subir las embarcaciones y trastes por un cerro muy alto y después casi tres leguas de camino por tierra hasta el otro em– barcadero. Desde aquí se mira a una legua, poco más, se mira otro raudal que causa horror, llamado Ariva. Este, tomando todo el ancho del río, que es mucho, parece que cae de encima un muro, sin poder pensar de subirlo ni bajarlo por agua, bien que por tierra tiene un buen varadero y conto para pasar las curiaras y trastes. No me detengo en poner todos los raudales y por consiguiente los peligros de vida a que uno está expuesto bien que, habiendo tales pe– ligros, procuramos saltar en tierra pero no siempre lo permite el paso. Llegamos a un caño llamado Capauré de donde sacamos el año pa– sado 80 almas y nos metimos allí porque nos dijeron que había gente disfrutando las labranzas que habían dejado; y como nosotros, aunque llevábamos prácticos del río, no los llevábamos de las rancherías, todo nuestro cuidado era ver si podíamos coger alguno que nos guiara. Fue el P. Félix con la gente a las rancherías que había a una legua por tie– rra y hubieron de subir cuatro cerros, y yo con algunos indios me quedé a la real para guardia de las curiaras y bastimentas. Al cabo de tres días volvieron sin haber hallado indio alguno. Proseguimos el viaje Caroní arriba, y, como éramos tantos, el bas– timento de la carne ya iba flaqueando, cuando el día 20 de mayo tuvimos una gran fortuna y quiso Dios que la mañana siguiente celebrásemos su Ascensión con toda alegría. Y fue que topamos con una bandada de puincas o puercos de monte, que atravesaban el Caroní, y matamos 47 de ellos, con que hubo algunos días de tripa lisa. Prosiguiendo el viaje sobre raudales y más raudales, llegamos al río llamado lcabaru y nos metimos en él. Los cuatro o cinco primeros días hallamos el río muy hermoso y plausible sin ningún paso. Y teníamos ya casi un mes de navegación que aun no habíamos hallado indio algu– no del monte, hasta que un día, después de haber hecho alguna depre– cación a nuestro P. S. Francisco, cuya traslación celebrábamos, halla– mos dos indios que bajaban pescando por el río. Cogidos ellos, ya te– níamos lo que tanto deseábamos, esto es, de tener algún práctico. Man– dárnoslos meter dentro de nuestra curiara para hablarles mejor . Eran

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