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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN GUAYANA 39 traía. Que, a tener vuelto tan presto, sino que hubiera procurado ba– rrer todo el monte. Por últimos nos fuimos a la primera ranchería que habíamos halla– do, para hacer allí bastimento de casabe para todos y hasta la misión, de donde distábamos más de 100 leguas. Desde allí escribí yo al P. Ber– nardino todo lo que nos había sucedido, mandándole dos indios con ca– sabe fresco y algunos plátanos. Esos dos indios se llevaron un perro que habían quitado a los indios del monte, y estuvieron dos días para llegar donde estaba el Padre Bernardino. Así que este Padre vio el perro, cobró mucho ánimo, dando por cierta la presa. Leyó la carta que le man– dé y fue tanto el contento y alegría, que no durmió en toda la noche y no hizo sino llorar de alegría. También le escribí lo que convenía hiciera y compusiera para la llegada de tanta gente, y todo lo tuvo bien pre– venido. Luego que tuvimos el bastimento hecho, nos vm1mos para acá. La última noche antes de llegar al puerto llegó allí el marido de aquella primera guaricha que cogimos: que el pobre desdichado, cuando llegó a su casa y la halló toda desolada, quedó como se deja considerar, y, vien– do el rastro de tanta gente, se lo pensó y luego se vino a entregar, y su mujer se alegró mucho y yo también, que le tenía mucha lástima. Por la mañana volví a escribir al P. Bernardino, diciéndole que aquel día llegaríamos a las 11 ó 12, poco más o menos, y así, que tuviera bien prevenidos los calderos: que para mí cocinara pescado, si tenía, porque era viernes, que si no que también comería carne, que traía una barriga como una guitarra. Todo lo hizo el Padre muy bien. Llegamos allí al me– diodía con toda la gente; ésta iba por delante y yo atrás, hecho un an– drajo por lo que venía de roto y embarrado, que uno parecía un ]avié. Luego nos dimos maña para aprontamos para el viaje. Así que estuvimos aprontados, nos volvimos Caroní abajo hasta las Bocas de la Patagua, y, hasta llegar al puerto donde embarcamos a la ida, todo fue buen camino, pero desde allí a las Bocas, si había de con– tar los trabajos y malos pasos, sería nunca acabar. Luego que llegamos a un raudal llamado Guanche, que no he visto cosa más horrorosa, mandamos por delante un expreso al Padre de las Bocas, que estaba a tres días, para que nos mandara una curiara grande y algunas cosas para mascar. Y se alegró mucho con la noticia, que había días que pasaba cuidado, y como sabía que el expreso con la curiara nos hallaría el último día, nos mandó casabe, quesos, plátanos, etc., y un ca– pón por barba, que éstas no eran más que dos.

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