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38 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA que un pescador de almas puede tener. Preguntámosle por su marido y cuándo vendría, y nos dijo que estaba fuera y tardaría dos lunas a vol– ver. Esto no llevaba camino para que nosotros le dejásemos allí. Des– pués le preguntamos por otra gente y nos dijo que una legua más allá había otra ranchería. Al instante, sin detenernos a comer, corrimos allá y, hechas las diligencias, asaltamos y hallamos un viejo, dos mujeres y tres criaturas, y tanto susto llevaron aquí como allá. Preguntamos por la de– más gente y nos respondieron que habían ido a una fiesta o bebezón medio día más allá, pero que aquella tarde habían de llegar los dos ma– ridos de las mujeres. Y, sabiendo por dónde habían de venir, luego pu– simos guardias escondidos un poco lejos de la ranchería, para que, al pasar, los cogiesen. Y todo nos salió bien. Trajeron a los dos que eran unos hombres muy grandes, y, luego que llegaron, sin más ceremonias se sentaron en tierra y empezaron a hablar. Ellos estaban asegurados y, haciendo fuerzas de flaqueza, iban hablando. Yo les iba preguntando y ellos respondiendo, riendo; mas era el reir semejante al de una criaturita, que, después de sobada, la quie– re su madre halagar, que hace una risada tan falsa y forzada que no es posible explicar. Con todo, yo le daba ánimo y le decía: "Vamos, hombre, que ese reir no va de veras". Y como los demás veían que yo decía verdad, todo era una bulla. Después le preguntamos por la gente de aquella ranche– ría y nos dijo que había mucha gente y que nosotros éramos pocos, y que podía ser que los de allá se resistieran tomando las flechas. Toda la noche pasamos en discursos porque, en efecto, nosotros éramos poca gente. Con todo, la mañana siguiente, por ser día de San Buenaventura , dí cacao a los soldados y almuerzo a los indios, y les dije: "Vámonos, que San Buenaventura valdrá para muchos". Todos cobraron ánimo y nos partimos. A dos leguas de allí encontramos un río grande que pasar, llamado Antavari, y ventura que hallamos allí una cáscara para pasar, que, si no, hubiéramos tenido muchos trabajos. Por fin llegamos allá al mediodía, y, habiéndonos prevenido, como en las demás partes, hici– mos la función. Y, aunque el primer golpe y empresa era todo un llanto de criatu– ras y perros, pero luego se acalló todo y quedó toda la gente por nues– tra, que entre chicos y grandes eran ochenta y tantos. Para guardia de tanta gente ya había yo de menester todos los indios y soldados que

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