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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN GUAYANA 37 casabe para cada uno. Así que estuvo hecho esto, hice poner toda la gen– te en hilera y les hice una platiquita sobre lo que íbamos a hacer, có– mo y de qué manera se había de hacer. Viendo yo que en los indios había alguna timidez, me volví a los oficiales y les dije: "¡Ah vosotros, oficiales, escuchadme bueno! Si los indios del monte me matan a mí o me cortan alguna pierna o brazo, vosotros mismos me habéis de cargar hasta la misión dentro de un mapire". Es el mapire un instrumento como cesta. Y como ellos considerasen que yo, por ser chico, podía caber den– tro , todos se pusieron a reir , y luego gritaron a grandes voces: "¡Padre chiquito, guapo!" Después, aun queriendo yo mostrarme más guapo, tomé una pistola y poniéndomela al hombro a manera de fusil, les dije: "¡Ea, vámonos!" Y quedaron todos alegres y muy contentos. Despedíme del P. Bernardino, pidiéndole nos encomendara a Dios y a la Virgen y muy en particular a nuestro Seráfico maestro San Bue– naventura, en cuyo día se había de hacer el asalto, y le prometí escri– birle lo que sucediese. Cogimos todo nuestro bastimento para tres días. Yo cogí el Santo Cristo, un palito y sandalias a cuestas y nos fuimos emboscándonos por aquellos montes. Aquel día, a las cuatro , nos cogió desprevenidos un terrible agua– cero que duró cuatro horas , sin darnos lugar a hacer ranchos, y, ya eran las diez de la noche, cuando pudimos encender candela para asar un tasajito, que casi era lo mismo que podernos desayunar. La mañana siguiente proseguimos y nos perdimos dos o tres ve– ces y, preguntando al práctico que llevábamos por qué nos perdíamos, nos respondió que él, cuando pasó por aquí estaba llorando, dando a entender con eso que entonces iba él en brazos de su madre . Para que vea V.C.R. cuán bien armados íbamos de práctico. Con todo, fue tanto lo que aquel pobre indio trabajó en buscar rastro, que parecía un perro lebrero. Y quiso Dios que a la mañana siguiente tuviésemos el consuelo de hallar una ranchería. Así que estábamos para llegar, hicimos con todo el silencio posible nuestro zafarrancho, componiendo las armas y flechas, y luego empezamos a acercarnos ni más ni menos que cuando un gato está acechando a un ratón. Así que estuvimos cerca, asaltamos y halla– mos no más que una mujer y dos criaturas, hallándonos como avergon– zados y corridos de haber hecho tanta prevención por sola una mujer . Esperamos que le pasara el susto, que sus carnes parece que baila– ban títeres . Así que estuvo un poco mansa, empezó a hablar que ni una garza; de suerte que, entre compasión y risa, es de los mejores ratos

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