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328 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA yana, poco menos extensa que la provincia de Cataluña. Confina por el oriente con el mar; por el norte , con el gran Orinoco; por el poniente, con el caudaloso río Caroní, y por el sur, con las tierras de los holande– ses y portugueses. El clima de allí es muy cálido pero muy sano; la estación es todo el año igual y, a corta diferencia, como el más rigu– roso verano de España; pero las brisas o vientos nordestes la temperan algún tanto y hacen las noches algo apacibles, particularmente en los seis meses del año que allí llaman verano, no por otro motivo sino porque no llueve y por contraposición a los otros seis meses, en que todos los días llueve y lo llaman invierno. Sus tierras son fertilísimas en algodón, maíz, arroz , café, cacao, quina y frutas de varias calidades propias de aquel deleitable país, que no es raro arrebatase la admiración del famo– so y célebre Colón, quien, luego que descubrió las márgenes del Orino– co y reparó en ellas la singular y pintoresca hermosura, variedad y ex– trañeza de árboles, plantas , hierbas , flores , frutos y animales de infini– tas especies, no pudo menos que figurarse había descubierto el paraíso terrenal. De los sobredichos pueblos, cuyos nombres, titulares, habitantes, misioneros, etc., se hallarán en el estado que se pone al fin de esta obrilla, dependía cuasi por entero la susbsistencia de toda la provincia de Guayana, por ser los más abundantes en ganados y frutos de toda ca– lidad, por ellos se había mantenido libre esta provincia y a favor del rey nuestro señor, a pesar de que la mayor parte de la costa firme ha– bía sido inundada de la insurrección. Los rebeldes insurgentes, viendo la mucha resistencia y conociendo que la causa total de ella era el in– flujo de los Padres misioneros, todos los años, desde el principio de la insurrección , procuraban con los mayores esfuerzos invadir sus pueblos, pero siempre inútilmente, pues dichos Padres tomaban las más justas medidas y enérgicas providencias , alarmando sus indios , abasteciendo las tropas de un todo y contribuyendo con caballos, víveres y utensilio s de toda clase que permitía su posibilidad. Por este motivo se había aca– rreado aquella Comunidad la indignación de los rebeldes en tanto extre– mo, que les habían amenazado varias veces con la terrible expres10n: "Que de las barba s de los misionero s capuchinos catalanes habían de formar cabestros para sus caballos". Lograron, por fin, sus depravados intentos, permitiéndolo Dios por inescrutables secretos, y, a los últimos de enero de 1817, se apoderaron con sorpresa de aquellos pueblos, siguiéndose a esto consecuencias tan calamitosas, que sería largo referirlas. Una de las mayores ha sido la vio-

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