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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN GUAYANA 327 sus fundaciones de la isla Trinidad de Barlovento, en cuya colonia esta– ban ya evangelizando desde 1687, y en donde los indios inhumanos y bravos habían ya sacrificado a su furor las vidas de varios misioneros a la violencia de las flechas, macanas, venenos . . . Sería necesaria una dilatada historia para manifestar las infinitas calamidades, penurias de alimentos y otros obstáculos que varias veces pusieron a aquellos fun– dadores próximos a la precisión de desistir de tan santa empresa, pero, superando, por fin, todo obstáculo y dificultad, y resueltos a vencer o morir, según ellos mismos declararon y protestaron al monarca, empeza– ron a abrirse caminos en aquellos bosques que parecían impenetrables; principiaron a reducir e ilustrar los indios que allí habitaban como bes– tias; fundaron luego nuevos pueblos e iglesias, y establecieron sus labran– zas y hatos o crías de ganado con tales adelantamientos, que aquella provincia, en donde el rey de España sólo poseía antes unas pequeñas fortalezas en la orilla del Orinoco, llamadas ahora de la "antigua Gua– yana", en las que mantenía un pequeño destacamento de soldados, se mi– raba ya en nuestros días un florido jardín espiritual y temporal; espiri– tual, por las muchas almas que daba para Dios; temporal, por la gran– de utilidad y honor que de allí resultaba a la nación española y aun a los mismos indios que iban ilustrándose y adelantando cada día más en varias artes y oficios, con que se hadan más sociables y útiles a la república y a sí mismos. Se había formado desde entonces la capital con el mismo nombre de Guayana, donde residían el obispo y gobernador de dicha provincia. Es ésta una ciudad pequeña pero hermosa y comer– ciante; sus habitantes en gran parte son europeos y los demás criollos de allí mismo. Hay a más de ésta otras varias poblaciones subalternas de europeos, criollos e indios, de los cuales un crecido número deben su fundación y progresos a los PP. Observantes de San Francisco, hijos de distintas provincias de España. Pero lo más floreciente de la provincia eran los 27 pueblos de in– dios fundados y gobernados en lo espiritual y temporal por los predichos Padres misioneros capuchinos de Cataluña, que, aunque vivían distribui– dos en tales pueblos para el mejor régimen de éstos, observaban no obs– tante una perfecta vida común, dependientes y gobernados de un Pre– fecto y dos Conjueces, electos capitularmente por la misma Comunidad congregada. Había a más de éstos un Procurador general que cuidaba de los intereses de los indios y atendía a las necesidades de los misioneros. Estos hermosos uniformes pueblos, arreglados a un mismo plan, y las dos villas de Upata y Barceloneta, constituyen la que llaman baja Gua-

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