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MISION DE LOS CAPUCHINO S EN GUAYANA 307 misiones que han tenido tan buena suerte de hallarlo a la prueba, se guarda y acaricia como a prenda la más estimable. Esto de establecer libremente los españoles y avecindarse perpe– tuamente en estas misiones contra las leyes y reales cédulas de Su Ma– jestad, es cosa a que siempre han aspirado y lo pretenden muchos, aun– que les haya de costar no pocos empeños e intereses, pero lo preten– den no para utilidad alguna de los indios, sino para quitarles fraudu– lentamente cuanto puedan directamente e indirectamente arruinarlos temporal y espiritualmente; esto lo vemos por experiencia y lo senti– mos amargamente casi todos los días; y juntamente lo pretenden para llenar estos limpios pueblos de misión de gentes de todas clases y castas o colores, y aun de esclavos, pues no saben los honrad os blancos en es– tas tierras vivir sin tales gentes a título de necesarios criados o sirvien– tes suyos, sin dejar de ser los más aptos, osados e instruidos para es– candalizar, empobrecer y vejar a los indios. Vuestro Gobernador actual, que, según los últimos renglones de su auto citado, se demuestra ya persuadido a los mismos fines del Ilustre Ayuntamiento, respecto a establecer españoles en estas misiones de in– dios, es recién venido a estas tierras y no ha tenido lugar de experimen– tar tales gentes, ni la facilidad y destreza con que unos con otros suelen acreditarse de hombres honrados y de buena conducta, y que apenas hay hombre justo y celoso que en verdad, sea por caridad o por justicia, pue– da últimamente decirles lo contrario con esperanzas de la enmienda, mu– cho menos probárselo, por más que se vea patentemente cómo echan a perder a los pobres indios, varones y hembras, vendiéndoles y aun dán– doles licores de aguardiente y con otros hechos peores, frustrando de este modo la predicación de los misioneros y trastornando la paz y so– siego de los pueblos. Estos son los efectos y otras más fatales e irreme– diables las resultas, que frecuentemente suelen seguirse de conmixturar– se (sic) los españoles con los indios. Y, a más de esto, es bien patente y universalmente público lo que jamás se ha podido remediar por más que los misioneros, a más de la común predicación, hayan hecho muy fervorosas y repetidas persuasio– nes a los españoles particulares, es a saber, que jamás indio alguno oye ni una sola misa ni entra en iglesia de españoles en los domingos ni fies– tas de su obligación, desde el día que parten de sus pueblos de misión y se van a la capital, villa de Upata , en donde continuamente hay a cen– tenares, o a otra cualquiera población de españoles para ttabajar de peones o jornaleros, o para refugiarse entre ellos por sus delitos, los

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