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244 FUE NTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VEN EZUELA tista de Avechica, igualmente crecido y huido por entero en el año 1795. Luego el de Puedpa y Santa Clara, los dos por entero, y el de Guri en parte. Por último, en el año 1800, el del Angel Custodio, que todavía no se ha reedificado ni restablecido. No hacemos memoria de fugas particulares que son frecuentes en todos los años. Dejamos en la alta comprensión de Vuestra Alteza en qué términos están dichos in– dios para entregarse al Ordinario y de pagar tributo, y también el es– tado peligroso de los misioneros, a cuyo cargo están estos pueblos, al– gunos de los cuales tienen todavía muy presentes los imponderables tra– bajos [que J tuvieron que aguantar para contenerlos en el tiempo del Sr. Centurión. ¿Qué diremos de los grandes inconvenientes [que] se seguirían para poder conservar a estos indios por vasallos de Su Majestad, si se verificase la demora de estos pueblos? Estas misiones de las fronteras distan a lo menos 60 leguas de la capital, y las del centro, 50, 40, me– diando el caudaloso río Caroní. No podemos contar con el pequeño des– tacamento del Cuyuní, pues a todos lados de él están abiertos todos los caminos para los montes y selvas, tanto para el levante como el medio– día; no podemos hacer confianza de la villa de Upata, pues con el títu– lo de estar ocupados en el real servicio con las siembras de tabaco, se excusan ordinariamente. No hay en las misiones escolta de soldados, como estaba concedido. Puede decirse que, para la conservación de es– tos pueblos, no podemos contar más que con la especial providencia de Dios y con los continuos cuidados del Prefecto y misioneros. Algunos pocos españoles que sirven con algún salario que les señala el pueblo o misión, unidos con los mayordomos del ganado, que alguna vez pueden ocuparse para acompañar a los indios, son el único medio de que po– demos valernos para impedir los levantamientos o fuga de indios de al– gún pueblo y para recoger los extraviados o fugitivos. Este corto au– xilio que es a la verdad insuficiente, para la fuerza que se necesita, uni– do con algunos indios de confianza y más seguros, quienes en tales ca– sos sirven para la pacificación y reunión de los fugitivos, abastecidos to– dos por esta Comunidad con la carne y demás bastimento necesario, ha podido muchas veces lograr lo que, sin especial providencia de Dios, se necesitaba de fuerzas muy superiores. ¿Quién, pues, en adelante po– dría contener a estos indios si, sobre su natural inconstancia y propen– sión de restituirse a las selvas, se les añadiese el disgusto de verse agra– vados de tributos y corregidores? Y aunque a primera vista parezca que en los indios de las misiones

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