BCCCAP00000000000000000000221

MISION DE LOS CAPUCHINOS EN GUAYANA 127 por dichoso si hubiera muerto en aquella ocasión, muriendo con tanta po– breza a imitación de nuestro Seráfico Padre. Mas, como los trabajos eran regalo del Señor, quiso su piedad lo acompañáramos con ellos hasta lle– gar a la misión, que aun faltaban por lo menos 15 días. Después de aquel mortal accidente, lo hice cargar con hamaca cosa de media legua para poder tener rancho aquella noche. La mañana siguiente llamé a los ocho indios y les hice una plati– quita, haciéndoles ver lo mucho que habían hecho los Padres por ellos, etc., las aflicciones en que nos hallábamos todos y que, si habíamos de ir de aquella manera, ni en 15 días saldríamos del monte: que no te– niendo más bastimento, ellos y nosotros nos moriríamos, y así les pedí que, por el amor de Dios, se esforzaran a llevar al Padre en hamaca. Y se lo pedí así porque bien sabía yo los trabajos que en ello habían de padecer por causa del camino nada abierto. Ellos, contentos, respondie– ron que sí lo cargarían. Entonces, alentado yo, les dí carne, casabe y un poco de queso con que quedaron alegres. Empezamos a andar y, porque el camino tenía muchas vueltas, fue preciso que para pasar la hamaca se fueran quitando, y así tomé dos in– dios, que con machete las íbamos quitando, mas no los muchos palos caídos y, como eran grandísimos, era forzoso arrastrar la hamaca, con que el enfermo se lastimaba, hasta que él mismo pidió le pusiéramos una fra– zada abajo. Así anduvimos unas diez leguas, que yo tenía a milagro el que los indios que lo cargaban, no se estacaran a cada paso con las latas [pal os pequeños] que se iban cortando. Por fin llegamos al puerto de Aruarúa, de que me alegré mucho por no haber de cargar más al enfer– mo, y, como allí no había sino una cáscara, fui yo con ella un poco más abajo a fin de mandar una curiara de palo para dicho enfermo. Allí tuvo otro accidente mortal, que ya querían volver por mí. Por último, recibida la cutiara, lo cargamos en ella y, luego que llegó donde yo estaba, sin dejarlo saltar en tierra, nos fuimos al Cuyuní, donde llegamos con tres horas, río abajo y siempre con aguacero, sin tener otra cobija que la capa. Salimos temprano por la mañaan a fin de llegar al castillo aquel día y llegamos a las cuatro de la tarde porque íbamos a lo ligero con una cáscara cada uno. Al llegar allí sacamos al enfermo y luego llegó el co– mandante y, viendo tanta necesidad, mandó matar un ave y hacer una sopi– ta para el enfermo, que otra cosa no había, y esa no abundante. Desde allí mandé un expreso con una cáscara para las misiones, donde se puso en siete días, para que acudiera a Tumeremo el enfermero. Allí mismo

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz