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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN GUAYANA 125 aguadas y, entre ríos, caños y quebradas, conté 22, que las más de las aguas se habían de pasar metiéndose dentro. Aquel día fue el que el enfermo pudo caminar más, que pudo aguantar hasta mediodía aunque con diferentes y varias pausas. La mañana siguiente anduvimos muy poco, y había día que no ha– cíamos una legua de camino, y, así como a la ida pasamos aquel monte con tres días, ahora gastamos ocho días, con la diferencia que al ir para allá íbamos abastecidos de alimentos, mas a la vuelta nos faltaba todo so– corro, y así repetían cada día los mismos trabajos. Un día, que fue el de San Silvestre, se rindió de una vez el pobre enfermo al cabo de un ratico de caminar y me dijo que le colgara la ha– maca. Cada pausa para mí era un golpe fiero. Bien veía yo que el en– fermo tenía razón y bien consideraba el enfermo que a mí me sobraba la misma razón y no sé cómo explicarme, sino con decir que queríamos huir de la muerte, cargándola encima. Entonces me dijo el P. Mariano, no pudiendo más: "El morir acá o cuatro leguas más allá, todo es morir". Y prosiguió diciendo que le hiciera el favor de que en su nombre escri– biera al R.P. Prefecto y Rvda. Comunidad; yo lo hice y les pinté muy bien el conflicto en que nos hallábamos en aquellos desiertos. Esta carta llegó, creo, a los diez días a la primera misión, que es la de Tumeremo y, al leerla el P. Fulgencio que cuidaba allí, no la podía leer de ternura y compasión, y lo mismo sucedió a los demás Padres porque pasó circular. Luego mandé llamar la gente, que ya estaba delante, para que volviesen atrás los trastes, y tardaron una hora a venir estando yo solo con el Padre y muchacho enfermo y uno de sano. Habiéndole colgado la hamaca, me senté en tierra un poco apartado, como seis u ocho pasos y me dijo que no me pusiera triste y que me acercase un poco, que hablaríamos algunas cosas. Luego vino un agua– cero y lo cubrí con mi capa, y yo me pasé un rato en buscarle un con– suelo y no hallé otro que el considerar el desamparo de Jesús y María en la cruz. Sólo digo esto para que se vea cómo por todo el camino se ofrecían motivos eficaces para tener oración continua. Estando en esto, llegó la gente que mandé llamar y gritó el soldado, que también volvía: "Vamos, Padre: gracias a Dios que parece nos vino a ver"; y es cierto que yo estaba a lo último de la aflicción; y añadió el soldado el que los indios que habíamos mandado a Aruarúa, ya estaban allí y que traían cuanto les habíamos encargado. En este río Aruarúa habíamos dejado, al ir allá, mucho bastimento para la vuelta, que siempre en ésta se halla carestía, y días había que habíamos mandado por él y, como tardaban

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