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122 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA Al número de estos enfermos entró también el P. Mariano de Pe– rafita, mi compañero, y, viendo que las cosas iban de tan mala manera, procuramos a toda prisa retirarnos y dejar aquellas tierras. Para salir de allí distribuimos los indios de manera que en cada cáscara hubiera de enfermos y sanos para que los enfermos no hubiesen de bogar, y todos los días se había de hacer así poque todos los días se añadían enfermos. Arranchamos más acá de la isla Mérida, y la mañana siguiente nos fuimos al río Venaco y allí estuvimos todo el otro día, esperando unos indios que cuatro días había estaban a una ranchería, y viendo que no venían y multiplicándose las enfermedades, determinamos marchar y esperar– los al río llamado Curepún, donde así como así habíamos de estar algu– nos días para hacer bastimentos y esto se había de buscar un día lejos. Luego que llegamos allí mandamos unos indios que a toda prisa fueran a buscar algún alimento necesario tanto para los enfermos como para los demás, al puerto de Aruarúa, donde a la ida habíamos dejado m;,.1cho bastimento para la vuelta. Luego me dieron una noticia de que se había muerto una criatura de pechos. Yo, con el sentimiento de que hubiese muerto sin cristian ar, luego corrí para ver si había lugar y me dijeron que ya estaba enterrada, y con todo quise ver a dónde y la madre me llevó dentro del monte para enseñármela y ví que estaba cubierta de palos. Quiso Dios que a medi– da del pesar tuviera después el contento, y fue que después se supo que la criatura muerta era una a quien el P. Mariano había días antes cris– tianado. El día 22 de diciembre cristiané a dos indios adultos de la misión de Cura , que también murieron luego. El día 23, yendo mi compañero a una precisa, se cayó en tierra, per– didos los colores y con un temblor tan grande, que me espantó en gran manera. Hubímoslo de llevar a brazos a la hamaca. Ya iba él perdiendo las esperanzas de vida y se quiso confesar para morir, como lo hizo. El día de Navidad le sucedió lo mismo y el temblor con más vehe– mencia, pero no cayó porque nos acertamos estar allí tres hombres que lo pudimos sostener para que no cayera. Esto le sucedía siempre al tiem– po que de la cesión y, pasada ésta, se levantaba por allí poco a poco ya para esforzarse y ver si podría caminar, ya también para ver y consolar a los demás enfermos. De mí sé decir que pueden callar todos los tra– bajos que he pasado en las demás entradas por las aflicciones de ésta, si bien Dios fue servido de conservarme siempre la salud, a quien doy infinitas gracias.

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