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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN GUAYANA 119 soldados a otra, los de la misión de Ayma a otra también con sus sol– dados. Estando por la mañana ya todos embarcados, esperamos a que ama– neciera y todo se hizo menos que los que no tenían Padre se incorpora– ron con nosotros sin saberlo; y asaltamos sólo las dos islas, dejando la ranchería de tierra firme, y, como estaban tan cerca, escucharon el ruido y todos se huyeron, lo que sentimos en el alma porque luego corrió la voz por las demás rancherías, quedando el monte todo alborotado. Cogidas las dos islas, les preguntamos que dónde estaba la demás gente y nos respondieron lo mismo que nos habían dicho los dos que co– gimos el día antes, esto es, que los holandeses los habían llamado para trabajar . Y les pregunt amos que cuándo habían de volver, y nos dijeron que no lo sabían, porque decían que los holandeses , después de haber trabajado , los mandaban a buscar poitos. Lo cierto es que entre 150 al– mas que teníamos recogidas, no había tres muchachas de ocho años para arriba, diciéndonos que todas estaban vendidas en Esquivo. Una de estas islas estaba cercada a palo y pique porque dijeron que los holandeses se lo habían aconsejado, siendo así que allí nunca había ido corso alguno. En la otra isla hallamos nueve fusiles que tenían las pagas de peones. En la ocasión presente había 45 peones de una isla y 8 de la otra , y estas islas no les servían más que de tener allí las ran– cherías sin labor alguna: que las labran zas las tenían en tierra firme porque dichas islas no son más grandes que las plazas de estos pueblos. Allí estuvimos tres días haciendo bastimento , y era horror la yu– ca que arrancamos porque había grandes labranzas. El mismo día por la tarde vino de la parte de abajo un indio y, como vio allí cerca alguna de nuestra gente, luego volvió atrás para dar aviso a una ranchería que estaba a medio día de allí, en un río muy grande llamado Apunurí, donde dicen que hay muchísima gente; y medio día más abajo hay una isla de caribes que son los que abastecen de poitos a los holandeses, a cuya isla hubiera ido de buena gana y mi compañero también, a no tener nuestros indios tanto miedo y hallarse ya tan fatigados. Los indios nuevos nos des– cubrieron algunas rancherías que habíamos dejado atrás por no saberlas y así determinamos volvernos por éstas a coger. Salimos, pues, de allí con gran contento, y era de ver tantas embarcaciones llenicas de gente, que pasaban de cuarenta. Llegamos a una isla donde, al bajar, habíamos dejado a los indios recogidos en custodia de algunos indios de Cura y un soldado de aquella misión. Este, en ocho días que estuvimos allí, mandó todos los días a

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