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118 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA embarcar, sin comer y con un profundo silencio, y guantando dos re– cios aguaceros que nos cayeron encima. Así estuvimos desde antes de me– diodía hasta la puesta del sol. Entonces proseguimos y con un grande aguacero hubimos de pasar un raudal que para cáscaras era bien malo. Después, ya de noche, llegamos al puerto de una ranchería, y como un soldado y un indio de Tumeremo , a quienes por ser prácticos había el P. Mariano de Perafita cometido al parecer las disposiciones, habían que– dado en que a las rancherías se había de entrar de noche, a lo que yo siem– pre me opuse, primero por el peligro que hay de no poderse distinguir los indios del pueblo de los del monte; después, y era a lo que ellos querían de encontrarlos a todos a la noche, yo les decía que, entrando a cualquier hora, se les preguntaba: "¿Dónde está la otra gente, cuándo han de volver y por dónde?" Si dicen por la noche y por tal parte, lue– go se ponen guardias y así nunca se escapa ninguno, y si no han de llegar aquella noche, nunca se hallarán por más que se entre de noche. Con to– do quisieron ellos entrar de noche y para ello se fueron los prácticos y, sin yo saber cosa, se fueron como quien da a entender a registrar, obli– gándonos a todos a estar al aviso. Ya estaba oscuro y nos paramos al medio del río, de manera que yo no podía ver las embarcaciones del todo. Lo bueno fue que los prácticos se arrancharon y descansaron a su gusto, dejándonos a nosotros sin haber comido, cenado y sin dormir hasta salir la luna, que serían las diez de la noche, y entonces nos vinieron a avisar. Llegamos al puerto y ellos con mis compañeros dispusieron de ir a la ranchería, y, como era de no– che, no cogieron sino siete almas, y al coger esta ranchería, lo escuchó otra que estaba junto a ella y se huyeron todos. Por la mañana siguiente proseguimos el viaje y empezamos a hallar islas y más islas, y, cerca mediodía, cogimos dos indios que venían de pasear de las dos islas, de las que tanto se temían nuestros indios por juzgar que había mucha gente y armas. Nos informamos de ellas, de cómo estaban, cuántas había y cuánta gente. Dijeron que las islas eran dos: que la una estaba cercada de palo a pique y que cerca de ésta ha– bía una ranchería en tierra firme: que había algunos hombres y muje– res y que los demás se habían ido a Esquivo de peones para los holan– deses. Sabedores de esto y porque dichas islas estaban ya cerca y descu– brirse desde un buen trecho de río, dispusimos arranchar temprano para entrarles por la mañana al apuntar el día. Se dispuso también de que los guayanos fueran a una ranchería con dos soldados, los indios de Cura con

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