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184 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA les vendrían al alcance los escopeteros, y por eso iban desviados del ca.. mino, corriendo, y nosotros tras ellos por no perderlos de vista . Ni ellos ni los españoles nos esperaban. Yo iba cojo porque unas espinas se me clavaron en el pie y me arrancaron la uña del dedo grande del pie. Son malísimas las espinas de corozo, largas como el dedo y fuertes. Y así anduvimos a pie quince días. Era tan largo ese camino porque se perdieron los caribes en el monte, porque, como eran tantos los agua– ceros y no se miraba el sol, perdieron el rumbo, y, por más que subían a los árboles más altos, no podían reconocer las montañas ni oriente por la mucha neblina. Y por fin hallaron un rastro que dejaron a la ida . Siete días estuvimos todos sin comer más que frutas de unos racimitos que hacen unas palmitas que llaman píritu. Estas frutas son del tamaño de una bellota y tienen un hueso duro como el de la aceituna y se come so– lamente la almendrita que tiene, y tan sabroso como quien masca un tro – zo de palo, y se hallaban estas frutas con escasez. A los ocho días hallamos algunas raíces de yuca y no hallamos más de dichas frutas, aunque se hallaban con abundancia de dichas palmitas. Y me acordé de los Santos Apóstoles que, para tomar algún alimento, desgranaban con las manos las espigas de trigo. Algunas veces con el Pa– dre compañero conversábamos, que a la noche nos hallábamos, como que habíamos tenido una gran cena y que era reparable que, una vez que ha– llamos alguna yuquita, ya no hallamos de aquellas frutas, hallando con abundancia de las mismas palmas . Por la mucha prisa de los indios no se hallaba cacería ni animales que poder matar, hasta que entramos a la boca de la Patagua, en que se halla mucho pescado surapire, de la forma de castañola. A los quince días hallamos árboles, de cuyas cáscaras hacen los in– dios curiaras; nos proveímos y navegamos hasta Augurio (Guri), de don– de habíamos salido . Día 4 de julio llegamos y recibieron los compa– ñeros gran consuelo. Los mayores trabajos fueron el haber de aguantar los recios agua– ceros sin capa, con solo el hábito viejo de estameña, pasar las noches así mojados hasta el pellejo, casi muertos de frío, luego de madrugada em– prender viaje con aguaceros, sin saber de qué desayunarnos y, por buen refresco, había días que a nado pasábamos cuatro ríos caudalosos con los aguaceros encima. De esto de trabajos poco se refiere entre nosotros: cada uno pasa los suyos como pudiere y Cristo con todos. El recado de misa y cáliz también se nos perdió, y, por ser malas las curiaras de cás– cara, que la que se llenó se fue a pique, se nos ahogó otro español. Re-
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