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J NTRODUCCION XXVII dir la villa de españoles San Isidro de Barceloneta ( 1770) o de La Pata– gua. También los de Cavallapi (1765) y Guarumapati ( 1771), de corta duración, y asimismo los de Maruanta ( 1769) y Panapana ( 1769) , de que se consideraron siempre fundadores los misioneros , aunque Centu– rión se los atribuyó a sí mismo. La cuarta y última etapa corre desde 1788 a 1817 . Son años en que se paraliza la actividad de nuevas fundaciones pero no la de reducciones de indios y mucho menos la de su instrucción y catequización. La labor de los misioneros continúa aun después de iniciada la lucha por la inde– pendencia, 19 de abril de 1810, hasta 1817, en que el general Piar se apodera de Guayana y de los pueblos misionales de los Capuchinos. An– te el peligro, algunos de ellos logran huir, salvando así sus vidas ; los res– tantes son apresados y, mientras 14 rinden tributo a la muerte después de incontables sufrimientos , otros 20 son bárbaramente asesinados en San Ramón de Caruachi. Quiero agregar que fueron en total unos 52 los pueblos fundados por ellos en Guayana, de los que subsistieron hasta 1817 solamente 28; de ellos 18 han sobrevivido hasta nuestros días con más o menos pros– peridad. Además, ninguno de dichos pueblos fue entregado a la total ju– risdicción del obispo, es decir, pasó de la categoría de misión a doctrina. Los religiosos, movidos por varias razones y aleccionados por la experien– cia de lo sucedido con los Capuchinos aragoneses de Cumaná, se opusie– ron con el mayor ahinco a tal entrega, buscando siempre en ello el bien espiritual de los indios. VI GUAYANA EN LO ECLESIASTICO Y CIVIL Guayana, tanto mientras estuvo agregada a Trinidad como posterior– mente, formó parte de los llamados Anejos Ultramarinos, que dependían eclesiásticamente del obispo de Puerto Rico , diócesis a la cual, ya en 1534, fueron agregados provisionalmente Cubagua, Margarita y toda la costa de Cumaná y, consiguientemente, también Trinidad y Guayana. Eso mismo fue confirmado por cédula fechada en Madrid, en 26 de octubre de 1574. Surgieron luego algunos conflictos jurisdiccionales de parte del arzobispo de Santo Domingo, pero el rey los resolvió una vez más a fa-

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