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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN GUAYANA 161 más oculto para fundar otras con el deseo del servicio de Dios y de au– mentar los reales dominios de V.M.; mas no pudieron conseguirlo por sí solos, faltándoles el arrimo y asistencia precisa de quien en nombre de V.M. los patrocinase, pues, siendo de su naturaleza aquellos indios de los más belicosos que tiene América, jamás permitieron lograse el fer– voroso celo de los religiosos el formar nuevas conversiones en sus tierras, que pudiera haberse conseguido, a tener la asistencia que el piadoso celo de V.M. desea. Con cuyo conocimiento y para que se pueda lograr el santo y piadoso celo de V.M. y de sus ministros evangélicos, suplico a V.M. mande por su real cédula con toda estrechez y aprieto al capitán castellano, gobernador, que todo es uno mismo, del castillo de la Gua– yana, que en las ocasiones que los religiosos capuchinos le pidieren su asistencia y favor, les asista con la mayor prontitud que pudiere con sus soldados y gente, pues, aunque de ordinario los soldados son muy pocos y los vecinos casi lo mismo, no obstante, asistidos los religiosos de ellos en las ocasiones expresas, podrán mantener defendidas las misiones fun– dadas y pasar siempre a fundar otras de nuevo, dilatando el nombre de Di~s nuestro Señor y los dominios de V.M. cat6lica. No dudo también, señor, tiene V.M. entera noticia de los estragos que en la isla de la Trinidad y misi6n de San Francisco de los Arenales hicieron los indios de ella, pues me consta para en la secretaría de este partido la relaci6n que a V.M. hizo la ciudad y cabildo de San José de Oruña, así en el particular de las muertes que hicieron de los religiosos, gobernador de la isla, oficiales reales y otros ministros y acompañados como en orden al castigo condigno a sus atrocidades, que los alcaldes y ministros de V.M. ejecutaron en todos ellos, mandándoles, como agre– sores de tan atroces delitos, quitar las vidas. En cuya sentencia, señor, dieron por esclavos de servidumbre a las mujeres y a los hijos, como hasta hoy lo están, hasta que V.M. determine lo que fuere más de su agrado. Y como es tan propio de nuestra profesi6n y estado la piedad y conmiseraci6n, considerando que éstos no cooperaron en semejantes de– litos, paso a suplicar a V.M. use de su acostumbrada piedad, mandando que dichas mujeres e hijos de los agresores se entreguen todos a los re– ligiosos, para que, en atención a no haber cooperado en semejantes mal– dades, atrocidades y muertes, gocen de la libertad, doctrina y sociabili– dad que gozan los demás vasallos de V.M. recién convertidos, o declarar lo que fuere más del agrado de V.M., para que gustosos obedezcan los re-

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