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158 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA dulcemente, se ofreció gustoso en sacrificio y, estando en su ferviente ora– ción, llegó la multitud de indios con la misma furia que a los primeros y, alzando la mano uno de ellos, le dio tal golpe con una macana en el ce– rebro, que le dejó casi muerto. Mas, aunque estaba en sus mortales an– sias, pedía a Dios misericordia para ellos, pero, ingratos a tanto bene– ficio los indios, sólo trataron de flechar su cuerpo hasta que vieron había dado su espíritu, entregando a Dios su alma y su cuerpo en sacrificio agradable a su divina majestad, pues, sobre su ejemplarísima vida y sed insaciable de la conversión de las almas, quiso Dios consiguiese dichosa– mente esta palma. Mas no contenta aun la malicia de los indios, pasó a atarle caballas a los pies y le arrastraron como a los primeros hasta echarle con diabólica fuerza donde estaban sus compañeros, para que to– dos juntos los cuerpos, fueran indicio claro de la gloria que todas tres almas juntas gozaban en el cielo de la eterna gloria. Por último de mi relación no excuso referir el modo con que sus cuerpos fueron trasladados y lo singular que debe notarse en su trasla– ción. Hízose ésta por el señor gobernador actual de dicha isla, vecinos y religiosos de ella el día martes 15 de abril de 1701 y, siendo así que ha– bía pasado tanto tiempo, se hallaron sus cuerpos tan enteros y sin co– rrupción alguna en el hoyo donde los echaron los indios y echando de sí la sangre tan viva como si acabaran entonces de arrastrarlos, circunstancia que admiró a todos. Y con la veneración posible los sacaron y pusieron en unas cajas que tenían prevenidas y en ellas los llevaron a la iglesia principal de dicha isla, donde los tuvieron sin sepultar por espacio de nueve días, en que les hicieron singulares exequias, mostrando su devo– ción y afecto los vecinos de aquella isla, y esmeraron su oratoria predi– cando y llorando la muerte de sus hermanos, envidiando su suerte, los RR. PP. Tomás y Fr. Gabriel de Barcelona, llorando también los de– más la perdición de tan amadas prendas, sin que en tantos días echasen de sí ningún mal olor, indicio claro de la gloria que sus almas gozan en el cielo. Quiera la divina majestad logremos los obreros envangélicos el dichoso fin que éstos tuvieron. Amén. No tuvo fin la furia, malicia y ferocidad de los indios con las muertes que tan inhumanamente habían dado a los tres venerables va– rones, pues, pasando sacrílegamente atrevidos a maltratar las sagradas imágenes, cortaron las narices a la Virgen Santísima, al Niño Jesús un dedo y a nuestro Padre San Francisco le sacaron los ojos, y, para ejecutar acción tan atrevida, armaron con gran algaraza un baile en la misma iglesia, y vestidos con las mismas vestiduras sacerdotales, bebían el vino

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