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MISION DE LOS CAPUCHINOS :E'.N GUAYANA 157 ciendo su vida en sacrificio a su Hijo santísimo, fueron tan despiadados los golpes que le dieron, que bastaron estos solos a quitarle la vida; pe– ro Dios quiso que padeciera más, y así, con mayor furia que antes, acome– tieron a él los indios nuevamente y, derribándole en tierra con infernal furia, allí mismo, estando el santo religioso debajo de sus asquerosos pies, le tiraron muchas flechas haciendo un San Sebastián su cuerpo, hasta que por último le degollaron los perversos indios; con que entregó a Dios su dichoso espíritu y dio fin glorioso a su santo empleo, recibien– do la muerte de los mismos que él había criado, sacado de los montes y reducido al aprisco de nuestra santa fe católica. Y aunque miraban ya a su Padre muerto, pasó a más su crueldad, pues, amarrándole un cor– del a los pies, con diabólica furia le arrastraron por mucho espacio de camino, bañado todo el venerable varón con la sangre fresca, que a Dios acababa de ofrecer en sacrificio, cuyo premio podemos piadosamente creer que goza y gozará eternamente en la gloria. El segundo fue el R.P. Marcos de Vique, el cual, ignorando lo que pasaba con su hermano Fr. Esteban fuera de la iglesia, y en la iglesia es– taba pagando a Dios en el oficio divino la deuda de nuestra obligación, rezando las horas canónicas, y apenas acabaron el sacrificio del venera– ble P. Esteban, vinieron a él una multitud de indios y con la misma fu. ria que a su compañero le dieron un gran golpe en la cabeza, tanto que esparció su sangre hasta la tierra y, no contenta su furia, le degollaron como al primero, cayendo en tierra ya muerto y revolcado en la sangre que por Dios esparcía tan gustoso, pues, conociendo al primer golpe la malévola intención de los indios, que hasta entonces ignoraba, se postró en tierra y, tomando en las manos el Santo Cristo que llevaba pendiente del pecho, con amorosas voces y rogando a Dios por los mismos que le estaban matando, acabó su dichosa vida, quedando la sangre que derra– mó tan impresa en la tierra, que hasta hoy se conserva como si acaba– ran de derramarla. Testimonio bien claro con que Dios quiere manifes– tar quede del caso esta memoria, pues se ha visto después de dos años tan fresca como si acabara de sacarla. Y, no contentos con las maldades re– feridas los indios, ataron a los pies del dichoso cadáver unos cordeles y con grande algazara, bailes y contento lo arrastraron hasta que lo echaron en un hoyo con el primero. No tuvo menos dicha Fray Raimundo de Figuerola, religioso lego, pues, oyendo el ruido y conociendo o recelando la maldad que los in– dios obraban con sus compañeros, se arrodilló en el suelo, cogió en sus manos el Santo Cristo que llevaba pendiente del pecho y, orando a él

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