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90 Misa de Medianoche y que se había compro– metido venir de Quito. No llegó dicho Padre; llegó a la madrugada. Al pasar nosotros por Santa Elena, se empeñaron los moradores, de modo particular los Priostes, en que un servi– dor les celebrara primero a ellos la Santa Mi– sa, y luego fuera a Nanegalito. La propuesta me causó contradicción, ya que mi compro– miso era con la parroquia de Nanegalito y no con los moradores de Santa Elena.(...) Así pues, me opuse a su demanda. Ellos se empeñaron en que primero les celebrara a ellos la Santa Misa y luego fuera a Nanegali– to. Un servidor les proponía lo contrario: que primero celebraría en Nanegalito y luego re– gresaría y les celebraría a ellos. Se encapri– charon e impedían el paso del camión, hasta que bajé un servidor y empecé a caminar a pie (J 3 kilómetros). Finalmente tuvieron que ceder y llegamos, aunque tarde, a Nanegalito y celebré la segun– da Misa. Pero mi ánimo ya estaba alterado, o a lo menos entristecido por lo ocurrido en Santa Elena. Con todo, llegada la madrugada traté de llegar a Santa Elena para celebrarles la Misa tercera. No hubo carro. Como pude, pidiendo caballo, llegué. Había muy poca gente.. Les re– proché la conducta de la noche.. Después que salió un servidor de la población debió de lle– gar el Padre de Quito que se había compro– metido, pero no nos encontramos. En aquel mismo día tuvo lugar otro inci– dente. En la víspera, en uno de los barrios de Pacto, a un pobre hombre se le había dispara– do la escopeta y se había. muerto.
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