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En el capítulo IV de la obra decía asi· ¿Por qué no se convierte el mundo infiel? La respuesta que daba era esta: ·No hay misione– ros suficientes~ Aquella frase hizo mella en mi ánimo. Me hizo reflexionar una y otra vez: Yo, inútil criatura, ¿no podría poner un gra– nito de arena? ¿No podría contribuir en algo en favor de las misiones? Contribuir con mi persona... Y empezó La lucha. Era el 4 de di– ciembre, al día siguiente de San Francisco Ja– vier. Me pareció una locura el pensar en mar– char a las misiones. Apenas habían pasado seis años que había sido operado de una en– fermedad grave. Estaba a régimen ¿Cómo pensar en decir nada a los Superiores? ¡¡Locu– ra.'! Pero estas razones no me aquietaban. Fui a la presencia del Sagrario y le dije: En caso de que sea cosa tuya, aquí me tienes, no quie– ro neganne. Continuaba la lucha con otras consideraciones. Le pedí una señal al Señor. En caso de que se mostrase favorable el P. Provincial en la visita canónica, será la señal de tu voluntad. Pasó el P. Provincial, Florencio de Artabia. No le parecía mal, pero quizás mejor dentro de uno o dos años. Hubo alguna diligencia con algún misionero de Ecuador y... ¡oh alegria!, el 3 de marzo le llegaba la noticia: Había sido acep– tado con otros para ir a la Custodia de Ecuador, expedición que sería en junio. Cuando lo supo el Dr. Esnal, le dijo: - Pero ¿usted a las misiones? ¿En qué está pensando? Usted no va a ir a ayudar a los mi- 86
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