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neral los primeros domingos de mes, como era costumbre para cofradías y asociaciones. Este grupo organizó varias peregrinaciones, entre ellas una a Fátima. En la peregrinación deseaban participar el P. Guardián y el P. Bernabé. Iría también Mons. Gregorio Ignacio Larrañaga, obispo capuchino expulsado de China, que residía en el convento de capuchinos de Fuenterrabía. Se pidió permi– so al P. Provincial para que fueran el Guardián y el P. Bernabé. Pero el Provincial tenía normas: sí, con tal que el número de hombres no fuera inferior al de mujeres... Eran así los tiempos. Y naturalmente que había más mujeres que hom– bres. Pero una señora, por no sé qué manejos, consiguió del Provincial que el P. Bemabé fuera en la peregrinación como ¡Secretario del Sr. Obispo! Y así fue, como Secretario, quedándose el Guardián en casa a dos velas. Fueron, pero ni el Obispo ni su Secretario obtuvieron permiso del Arzobispo de Coirnbra para poder hablar con Sor Lucía. La gracia del confesonario ·En los años que pasé en Rentería, desde 1958 hasta el 12 de junio de 1962, pienso que mi aposto– lado principal estuvo en el Confesonario. Me dedi– qué con entusiasmo... y hasta con emulación". El confesonario para el P. Bernabé fue gracia y carisma; fue un modo singular de hacer viva la presencia de Cristo Redentor. A este propósi- 81

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