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Afta santua El P. Bernabé era pe.queño de estatura - ahí están las fotos-, menu do d e cuerpo, enjuto, d e barba desaliñad a, de dulce mirad a, de pobre há– bito, de pobres sandalias. Se le veía permanen te– mente en la presencia de Dios. Cuando predica– ba no era, n i mucho menos, un orador, más bien todo lo contrario, pero don Juan Goicoe– chea, prestigioso párroco de Arbizu, decía: - Hace más bien que todos los predicadores de campanillas juntos. Muy pronto la gente d e La Barranca comen– zó a Hamarle aita santua, padre santo; y este apodo se le quedó todo el tiempo que estuvo en España. La gente d ecía que el P. Bernabé dormía en el suelo, que cuando ih'l caminando se quitaba las sandalias..., que andaba descalzo sobre la nieve. ¿Era verdad ? En una carta a su director espiritual de aquel tiempo de ,t\lsasua le d ice: "Cuando voy a predicar a pie, he comenzado a andar descalzo ca– minando solo"(6 marzo 1935). Sí, era verdad, con esa verdad in tuitiva de los sencillos, que el P. Bernabé era santo, aita santua. Una famosa reprensión del P. Guardián Los inviernos son malos y largos por aquella tierra de La Barranca. Sin duda que producía lástima el P. Bernabé bajo la lluvia caminando arrebozado en el manto y protegido con un pa– raguas. Dicen que el P. Guardián le tenía orde- 52
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