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ir a pie, a golpe de sandalia, a utilizar el ferroca– rril que pasa por bastantes de estos pueblos. Y ¿en qué consistía la atención a los tercia– rios por los pueblos? El P. Rogelio Ballona, que coincidió algún tiempo con él, nos lo cuenta. ''Teníamos que hacer largas caminatas a pie para llegar a algunos pueblos. Me impresionaba su compostura en el camino. La conversación era siempre de Dios, de temas religiosos. El iba endiosado y no trababa conversac10n con ningún otro en el viaje. Siempre lo ví con san– dalias, aunque a veces sangraba algo de los pies, pues los tenía muy delicados. A llegar al pueblo su primera visita era al sa– grario de la iglesia y allí permanecía largo rato hasta que el párroco le tenía que llamar casi siempre, para que tomase algún refrigerio antes de ponerse al confesonario. Una vez en el confe– sonario allí permanecía hasta las diez y media u once de la noche con la dureza del frío invernal en aquellos pueblos. Terminadas las confesiones, otra vez ante el sagrario. Al día siguiente, para las seis o seis y media estaba de nuevo en el confesonario hasta las diez de la mañana, hora en que generalmente el fraile celebraba la Misa y predicada la homilía. Tango que aclarar que este ministerio era muy duro, porque casi toda la gente se volcaba en el fraile. Y antes de la comida aprovechaba para visitar algunas familias, generalmente de tercia– rios. Por la tarde, la función hacia las cuatro, y predicación sobre la Orden Tercera. Confieso que yo, tres años más joven que él, hubiera sido incapaz de hacer la mitad de Jo que él hacía. Y el P. Bemabé siempre amable, 49

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