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que recuerda las clases de latín que le dio en Fuenterrabía, al entrar en la Orden, el P. Berna– bé. Félix venía como aspirante a la Orden sin haber pasado por el seminario, concluido su ba– chillerato. Apenas había saludado al latín. Tenía que aprenderlo, haciendo ejercicios de traduc– ción de los salmos, y el maestro era el P. Berna– bé, allá por el año 1946-47. Leían el texto latino y hacían la versión al castellano descomponiendo los elementos gra– maticales de la frase. Pero no raramente al P. Bemabé se le iba el santo al cielo..., mejor dicho el crucifijo que estaba allí delante. Y traducien– do una frase, el P. Bemabé se quedaba mirando la imagen del Señor, contemplando extático lo que el salmo anunciaba. Y durante un minuto la clase quedaba en suspenso..., convertida la gra– mática y la sintaxis en liturgia contemplativa... Luego el P. Bemabé bajaba y volvía al sujeto, verbo y predicado. Segundo descubrimiento: San Francisco San Francisco le atraía, pero todavía no ha– bía sido revelación. Esto ocurrió en el noviciado, quizás al principio. Descubrí los tres amores dominantes, por así decirlo, del Seráfico Padre San Francisco: su amor de locura al Dios anonado hecho Niño; al Dios crucificado; al Dios Sacramen– tado, hecho alimento del hombre. Desde en– tonces la figura del Seráfico Padre San Fran– cisco tuvo un atractivo especial para mi es– píritu. 29

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