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Epílogo La flor y el mensaje Desde la infancia, ya antes de ingresar en el Seminario, el P. Bemabé era muy amante de las flores. En el Seminario fue sacristán; ¡con qué primor adornaba el altar y la imagen de la Vir– gen! Y siendo sacerdote seguía amando las ffo– res de la huerta. En Gualea, en Santa Elena, en San Miguel, en las capillas de la Zona no permi– tía u na flor ajada en el altar, porque las flores son un obsequio de amor para el Señor. Acoge, querido Hermano..., querido Padre Bemabé, estas páginas como una· flor que yo te brindo. La he tomado del jardín de tu corazón. * * * Y al final, ¿cuál es el mensaje? Pues... ahí está..., también querido hermano lector, hermana lectora. Si para ti el mensaje es acudir al P. Bemabé y pedirle una gracia, sea ése. El Señor bendecirá tu sencillez. No vayamos, a la vida del P. Bemabé a por– fiar sobre métodos de pastoral, sobre comunica– ciones de la Virgen..., no. 171
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