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taba urgjendo a que confesara la verdad de algún milagro que se le atribuía. El P. Eugenio Arriola, a quien ya conocemos en estas páginas, comenta con cierto gracejo re– cordando los años de Fuenterrabía: "Y o no sé si el P. Bernabé hizo algún milagro en su vida. Lo que sí sé es que durante la plaga de bichos que asolaban los patatales en los años cuarenta, de todos los caseríos de la comarca venían en su busca para que fuera a bendecir los campos y extirpar la plaga. Todos querían que fuera él personalmente y no ningún otro fraile. Indudablemente aquellos baserritarras (caseros) tenían fe en las oraciones del P. Berna– bé, aunque probablemente él confiaba más en la fe del pueblo sencillo. Es verdad que la picares– ca aprovechó aquella circunstancia para hacer sabrosos comentarios y chistes, que él escucha– ba con una sonrisa beatífica sin inmutarse. Pero la gente nunca dudó de la eficacia de las bendi– ciones del P. Bernabé". Incluso no se .habla solo de los milagros del P. Bernabé, sino -si es lícita la expresión- de los milagros en el P. Bernabé: personas que veían al P. Bernabé como transfigurado en el momento de celebrar misa. Queden para nuevos testimonios y para la serena reflexión los umilagrosw del P. Bernabé. El m ilagro, sin apoteosis - pensamos- fue la fuer– za del Espíritu en su vida. Hacia el monte del holocausto Lo hondo de la vida del P. Bernabé, su ge– nuina fisonomía es su configuración con J esús 146
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