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desprovistas a veces de una pizca de humor. El escritor de estas páginas no q uisiera que se per– diesen y ruega a los testigos que dejen constan– cia. Ojalá alguien, aquí y allí, las vaya recogien– do. Anécdotas que llevan mensaje de Evangelio. Tal es el caso de N. (llamémoslo así) que una noche chumadito, o bastante chumadito, volvía a casa. o era pecado mayor, por supuesto... Y vio allí en la oscuridad un bulto. Aquella som– bra entre las sombras era el P. Bernabé que con la Cruz a hombros iba haciendo el Vía Crucis junto a la iglesia. El P . Bernabé vio al amigo y le dijo: - ¿Y tú también, ¡ .? Hala, ,·en conmigo, ayúdame, vamos a llevar juntos la Cruz y pedir a Jesús por la salvación de este pueblo. Fue tremendo el impacto espiritual y desde aquel día el amigo mencionado nunca volvió a las andadas. Anécdotas llenas de ingenuidad y candor..., que son florecillas. Anécdotas... y "milagros·. Efectivamente del P. Bernabé se cuentan mi– lagros: profecías, curaciones, y hasta dicen que devolvió la vida a una niña aparentemente muerta -esto en España-, bilocaciones... Se di– ce, se cuenta... El autor de estas páginas prefiere que otros relaten, hablen, digan, pongan por escrito. Lo cierto y claro es que, mirado por fuera y por dentro, el P. Bernabé no desentonaría para nada puesto en la mejor tradición taumatúrgica de los santos de antes. - ¡Es tan grande el poder de Dios... !- co– menta él mismo admirado cuando alguien le es- 145

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