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cafetito, digno remate de aquel encuentro inau– gural de la misión: El P. Bernabé desapareció. - Habrá ido a sus cosas -pensaron los mi– sioneros-, es decir a orar. Pues no, no había ido a la oración..., si acaso a orar de otro modo. Había ido a la tienda, y al poco rato apareció llevando debajo del manto... unos helados. Y el cronista que va tecleando estas páginas, detiene aquí la máquina y piensa: Si la verdad última es el corazón ¿qué diferencia hay entre esta "florecil1a" del P. Bemabé o uno de esos mi– lagros que de él se cuentan... ? Era muy acogedor. Olga Ripoll evoca cómo recibía el P. Bemabé a las Misioneras de la Divi– na Pastora (Acción Misionera Franciscana, A.M.F.). "Cuando alguien iba a su Zona y tenía que pasar allí la noche, el P. Bernabé, sin decir nada, iba a hablar con alguna familia para que prepararan una cama a la hermana y la cena o la comida. El pasaba casi literalmente sin nadd'. Las religiosas El P. Bemabé guía espiritual de almas. Todo un capítulo para trazar la fisonomía del P . Ber– nabé, que dará para muchas páginas. El dirigía a no pocas personas y era muy fiel en la corres– pondencia (siempre a mano, seguramente que el P. Bemabé no ha tocado una máquina de escri– bir). Tuvo grandísimo empeño por traer religiosas a la Zona para la catequesis y evangelización. 140

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