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tiene fe verdadera, aunque no desarrollada y fonnada; gente que reclama la presencia del Sacerdote de Cristo y le respeta y oye de buen grado la palabra de Dios. Más aún, siente ne– cesidad de la presencia del Sacerdote, en me– dio de las flaquezas y fallos que pueden tener y tienen, y lloran su ausencia. Por tanto, ¿no merecen nuestra atención y solicitud estas pobres gentes? ¿Las vamos a abandonar? ¡Ah!, y si hubiera quien pudiera cuidar de ellas en nuestra ausencia.... Este párrafo encendido explica los forcejeos, por así decir, del P. Bernabé por buscar gente, donde sea y como sea, para atender a los mora– dores de la Zona, hijos de Dios. Los sucesos subsiguientes llevaron a que el P. Bernabé se encontrara ya fijo -se puede de– cir que hasta su muerte- en San Miguel. El pueblo lo pedía, y recogieron gran cantidad de firmas destinadas a las autoridades eclesiásticas. El resultado fue que el P. Bernabé se quedaba al cargo de San Miguel de los Bancos como coadjutor del Párroco de Mindo. Terminado aquel año de 1970, me trasladé fijo a San Miguel de los Bancos, en el que ha– bía de emprender mi apostolado. Surge San Miguel Ya tenemos, pues, al P. Bernabé en San Mi– guel de los Bancos. El superior mayor, P. Santia– go Ramírez, y el arzobispo de Quito, Cardenal 118

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