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sas, ha quedado /.a Zona a cargo de un solo padre y con el gravamen de que cuando en– tramos los primeros misioneros apenas tenía 5.000 moradores; ahora tiene ya alrededor de los 15.000. Las circunstancias se combinaron y de mo– mento todo se resolvió felizmente. Aquel año de 1966 la arquidiócesis dividió la zona en tres sec– ciones: la parroquia de Gualea, que incluía Pac– to con sus barrios; y se creaban dos vicarías. Santa Elena y Nanegal Grande. Venían dos mi– sioneros a la Zona: el P. Feliciano de Ansoáin como párroco de Gualea, adonde entraba el 6 de diciembre; y el P. Matías de Torrano, para Nanegal Grande. El P. Bemabé, a partir de aho– ra, estaría en la vicaria de Santa Elena. Así quedaba la cosa. Pero en este momento bueno será mencionar un problema que fue cruz para el P. Bernabé y no dejó de serlo tam– bién para los superiores: una especie de perma– nente forcejeo entre un varón apostólico devora– do por las almas y un realismo de gobierno que debe contar con personas y otras circunstancias. Este tema, para ser tratado a fondo, requiere mucha documentación y matizaciones. Se le ha acusado al P. Bernabé de ser tozu– do, de buscar personas, de salir a flote con la suya... Cierto que el P. Bemabé podía responder a estos reparos, y cierto, sobre todo, que el P. Bemabé tenia una teología acerca de la salva– ción de las almas que le devoraba. 99

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