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<lo po1· éstos'o también alcazado por las balas de los regulare~, que no saben hacer la debida di.~tiución entre los malechores )" los bombr<>s de bien. A.sí pues, couchúa él, sería lo má:; acertado entregar el rescate a los rojos y ver ele obtener a buenas la libertad del c,autivo. Oídas estas razones los envía· dos prosiguiei·on su itinerario, explorando bosques y barran· cos. lg11orabau a ptmto fijo dóucle nos l1abíamos refugiad'!. Fatigados ele tanto andar, y desesperados casi de dar con el paradero de los rojos, se detuvieron en Pei-ku-men, barriada sita en la parte superior clel río que riega el largo valle de Eultxia-tsuang-. Era el 21 de diciembre . i.\lientras descansa– ban lo.~ imtantes, lie aquí que se les ponen delante como por arte ele magía tres mancebos, paisanos a juzgar por su traza ~- traje, y les preguntan por sus nombres y por el motivo y fin ele su viaje. Al saber por boca de Ma José que vienen en bus– ca del misionero d<>teuido y que son portadore.;; de su 1·e~– -cate, los presuntos paisanos se transforman en gunreros y clesenfundan sus pistolas diciéndoles: "Somos soldados ro.jos. Pern no temájs . Nosotros os conduciremos hasta la caver,111 d'>ncle nuestro:; camaradas custodian a vuestro predicador. "Seguidnos". El mismo día Ma .José t sus acompañantes se entrevistaron con mis guardianes. Liu.-yeuu-sau, el fa. ni oso Barrabás. me llamó ~- me preguntó si conocía a los em– bajadores. Naturalmente le contesté que sí. Entonces estos me eutl'egaron una carta le P. Bartolomé. Barrabás me la hizo leer eu lengua odginal y de.spué.s me exigió su traclnción al cl1iuo. Abrimos los paquetes y vimos su contenido con la lista en la mano y comp:·obamos que el rescate estaba com– plPto. justito y cabal. Estaba pues eu liber tad ... jt1rídica– mN1te. Serían como ta~ cuatro y media de la tarde ~- comen– zaba ya a oscmecer. .A pesar ele ello quería ponerme i nme– diatamente eu camino hacia mi casa. Queda alejarme cuanto antes de aquel mundo ele bellaquerías. embustes, infidendas. traiciones ? cn1eldades; aw1quc !U'\"Íera que pasar al raso h1 helada ele aquella inclemente noche. Pero el gran BaITa– bás. movido de extraña com1rnsi611, se opuso diciendo: "No pnedo consentir que te nrn rclies con frío tan rigmoso y extre· mado como el de esta 1nchc. Dm>rme tranquilo . iiañaua irás cles¡rnés ele bien almorzado". Algunos cautivos me feli- - 91-
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