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me bizo tan amable! ¿ Sería agoísmo de mi par te 1 Quizá 1e amaba tanto porque estuvo muy prudente al azotarme. ¡ Malum signum ! ¡ Capuchino, y huyendo de la disciplina~ ¡Hum! Conque, íadiós mi teniente Sing-Tsaol ¡adiós mi caro fray Ciruelo! y ¡ adiós también insigi1e Barrabás! (Era.t a.utem Ba.ra.bba.s la.tro . .. ). En Kui-kuts no probamos bocado en la mañana de la Inmaculada. Desandando pai:te del itiner·ario recorrido el día anterior nos internamos en la barriada de Lao-tsuang. En este lugar 1>asamos algunos días gobernados po1· niños de 13 a 16 años, maudoncitos dés)_)otas, ayunos de toda vergüenza y educación. Nos querían arrebatar aún las pocas J)rendas de vestil' que nos habían dejado nuestro.-. anti– guos guardianes. Particularmente tentaban su codicia Ill i~ medias y mi chaqueta, mi cuellecito l'Omano, el cuaderno de apUlltes y el lápiz. Por una parte no me convenía acceder a sus caprichos, y por otra era peligroso contrariarlos. ¡ Qué haced También esta vez intervino en mi favor la divina Pro– videncia. U110 de aquellos muchachos, de rostro encantador, jovial y decidido me pregunta si yo soy shenfu, sacexdote o padtes espirituales . El simpático rojillo, de nombre Li, era natural de Saug-txow, en Hona.n, y conocía a Joi; misionero:, ele aquella población, de los cuales conserva los más gratos recuerdos. No es cristiano, aunque tiene algt\llas nociones de la religión católica. Sus ojitos candorosos 1·eflejan la sinceri– dad ele palabras. Dice que quiere ejercitarse en escribir con caracteres europeos, y para ello me pide prestado mi lápiz. Se lo p1·esto con mil amores; porque desconfiar de Li sería ofenderle gratuitamente. Con efecto; antes de una hora me lo devolvió ·con grandes muestras ele agradecimleuto. Apenas se enteró de que llevaba dos dias sin ateude1· lns quejas y reclamaciones del estómago, se apl·estu·ó a ofrecerm el pedazo ele pan que en aquel instante iba a llevar.;;e a fa boca, y luego me sirvió varias tazas hasta satisfacer por com- 1>leto mi necesidad. De este modo fní atendido por el pet¡ueño bandido honanés, mientras los demás cautivos eran maltra– tados y atormentados por aquella juventucl roja descarada y desgarrada. -82-

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