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,¡ Y decíau que mi Dios me tenía abandonado, cuanclo me favorecía tan visiblemente valiéndose de los mismos que te– llían por oficio el maltratarme! Esas cruces y bendiciones me depararon hasta pechugas de faisanes. Eran la añadidura que se da a los que buscan primeramente el reino de Dios y su justicia . De ordinario practicaba mis rezos diurnos paseán– dome delante de los rojos. Estos notaban que movía los la– bios, y aplicaban las orejas a iµi boca para oír lo que decía . Pero luego se retiraban diciendo : "No comprendemos el len– guaje del extranjero". Al tiempo que rezaba no J>ermitía que nadie me intenumpiera: a los que me dirigían la palabra les imponía silencio f ormando cruz co11 los labios cerrados y el dedo índice. En la comunidad corrió la voz de que el mi– sionero mientras estaba en conversación con seres invisibles ni siqtliera tomaba alimento . Con el fin de averiguar lo que ello hubiera ele cierto me tentaban ofreciéndome platos exquL sito.<; expresamente preparados para los rojos. Yo los retenía eu la mano izqtúei·cla sin gustarlos ni mirarlos siquiera hasta después de terminar sosegadamente mi rosario. Tantas veces p,.actiqué esfa devoción delante de ellos que llegaron a darse cuenta de su ceremonial o aJ)arato externo. Como se ve por lo que decían los cofrades más antiguos a los 11ovatos que mostraban deseos de hacer por sí mismos el expel'imento. "Ponedle en la mano. que tiene l ibre, V"nestra escudilla repleta de 11limeutos, y veréis cómo no toma nada hasta que toque con los dedos ele la otra mano todas esas bolitas rojizas que lleva e11sartadas". No osaré decir que oraba con gran fet vor; pero sí que la cautividad es para el creyente una excelente escuela de oración. Ellos se divertían en grnnde, y yo repor– taba graneles ventajas espirituales, y aún buenas tajadas materiales. Con lo que tutti contenti. La Santísima Virgen de Pompeya me favorecía visiblemente . Pero no vaya a creer el lector que si yo me entregaba a mis devociones, lo hacía con la mira puesta en los provechos temporales. No; lejos de mí toda inteuaióu simouíaca. El mismo Liu-yuen-san, el Barrabás de mi cuento, se convfrtió más de una vez en mi ángel tentador. l\íis bendiciones antes de la l'efección y mis -acciones de gracias despué.s de la misma le hacían sonreír -escépticamente, y mis rezos nocturnos y diumos no le mere- - 74-

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