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desigualdad se decían llamados a establecer en el munclo la libertad (!),la fraternidad ( ! !} ~· la igualdad ( ! ! ! !) . ¡ Qué ironía! 51. - Mi cuenco de calabaza. La vajilla de los rojos, robada eu casas partieulaes y resi– dencias misionales, resultaban insuficientes para tantos co– mensales, y éstos tenían que servirse de ella por tumo. T,lm– bién los piaotze nos veíamo.s obligados a turnar; y como yo era el más torpe de todos ellos; me dejaban siempre para la segunda mesa . Imagínese lo que quedaría para mí después de haberse servido hasta hartarse mis compañeros clúuos, que necesitaban cuatro veces más alimento que yo. Esto no po– día continuar así, y me propuse poner 1·emedio a tamaño abn_ so. Pedí a fray Ciruelo un cuchillo de mesa que él había ro– bado en Sauxelipú y ahuequé una calabaza o zapallo; comí el meollo y las pepitas, y la corteza quedó convertida en un magnüico cuenco. ¡Ya tenla yo mi taza! Pero mía y pa1·a mí solo . La llevaba siempre colgada ele mi cintura. Hice tam– bién para mi uso exclusivo 1mos palillos ele comer; de modo que en adelante nadie poclía embromal'me . A horas determi– nadas llenaba mi recipiente cuciu·bitáceo y comía hasta satis– fa<:erme. Si después de la refección quedaba en la olla algún resto aprovechable yo lo trasegaba a mi inestimable cuenco para tomarlo en a.marreta.ko o a la hora ele la merienda . ¡ Hay que apañarse pa1·a vivir! 52. - Alarma en toda la misión. Al tiempo que yo era internado en la ladronera regresa- · ban a Sanxelipú los expedicionario.s arriba mencionados (1iúmero 41), muy apenados por no habe1· tenido éxito en su caritativa empresa. Con lágrimas en los ojos dieron a los Padres allí reunidos cuenta de lo ocunido en .su ent1·evista con los jefe¡; ele los thugs. Afirmaban que los bandidos rojos son de muy distinta condición que los clemás bandidos, que se conteutan con lo que se les da. Si se comienza a ceder a sus exigencias, pediráu 1mís y más, siu que se pueda deter- - 68-

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