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Xenfu, franciscano de la Provincia de Cantabria, de quien ha– cía muy cumplidos elogios. "Es un excelente misionero, de– cía, que se sacrifica por los chinos. En el año de la peste bu– bónica asistía sin ascos ni repugnancias a los atacados de la epidemia, y logró salvar a muchas vidas. La temible peste no atacó al Xenfu (pater) porque le protege 'fien-Tsu". Creo que se refería al R. P. Francisco Zendokiz, natural de Gautegiz de Arteaga, en Bizkaya. Nada tiene de particular que se atribuyan tamaños portento.~ de e:ai-idad a este misio– nero, obsesionado por la idea fija de salvai· muchas almas para Dios. Fuera de esto. para él el mtu1do uo tiene razón de ser. En el hermoso valle bañado por el bullicioso Huatxisui, y entre Lingtxiamiao y Taipaitxeung pasamos algunos días; y por lo que toca a los prisioneros, nos fué bastante bien bajo la humanitaria inspección de Sing 'l'santi. En las orillas del Huatxisui, había tubérculos y maíz; manjares sabrosos y regalados para los paladares de los cautivos. Acudía con fre– cuencia a Sing Tsauti pidiéndole patatas; y nunca me las ne– gaba. Observaron los demás cautivos lo que pasaba; y no atreviéndose ellos a hacer por sí mismos idéntica petición, que– rían valerse de mí como iutennediario. Entre tantos pia.otze hambrientos, algunos de ellos jóvenes estudiantes, devorába– mos tantas patatas que por fin Singtsanti torciendo el gesto me dijo: ¡ Pero cuánta patata come este extranjero! ¡ .Antes tan ayunador y ahora tan tragón! Habrá que hacer para él un presupuesto aparte". Creía él que todas las patatas que le pedía eran para consumirlas yo solo. El 22 de noviembre llegamos cerca ele Huisuise, población de la provincia del Shensi, y cercana ya a las primeras misio– nes aust1·ales de los franciscanos de Cantabria. Yo temía mu– cho por las residencias de Hu Paulo y Hu Pecho encomenda– das al P. José Albercli. En el campo rojo se hablaba de ellas, y me inquietaba la idea de que pudieran ser robadas y saqueadas por nuestra poco escupulosa cuadrilla, quedando prisioneros sus rectores eclesiásticos. ¡ Triste perspectiva! Para vivir en aquel infierno rojo, yo no quería ningún socio, por bueno r santo que fuera... Qnerfa denunciarles el peligro que corrían; pero imposi-- - 57 -

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