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38.- Comiendo patatas crudas. A la puesta del sol del día 16 de noviembre llegamos a Tseng-tsuang-ho, lugar donde se verifica la confluencia de los dos ríos principales de aquel valle . Los cautivos estába– mos extenuados. En dicho día, lo mismo que en los anterio– res, habían cargado sobre nuestras espaldas la impedimenta roja; impedimenta e:ircesivamente pesada para qu.iene.5 andá– bamos tan faltos de lastre en el estómago. Y o estaba sin to– mar alimento desde que en_la primera mañana de mi cautivi– dad me dí aquel atracón de txi.aomi o aJiorf6n que queda ya referido. Había que acallar las protestas del estómago que no se acostumb1·aba a pasar sin comer como el asno del cuen– to, y reclamaba sus derechos. Mi deseo era satisfacerlos en la medida de lo posible; pero ¿ cómo lo haría sin que se entera– ran de ello mis conductoresf Porque pensaba yo en mi mucha simplicidad que, prolongada mi huelga de hambre, pronto re– cuperaría la libertad. Mantendría pues la huelga aparente– mente con todo rigor. A.gua pura, no más; y ann eso cou ri- dícula parsimonia. Para pasar la noche nos introdu– jeron en una cueva destartalada. Nos apetecía de ve_ ras el descanso. Y o me busqué \ID r inconcito algo apartado ele los demás prisioneros. 1\íe pa– reció que la tierra estaba un poco removida, y escarbando, escarban– do ... hti aquí que desci1bro \ma mi– na de valor inestimable: \lll cle– p6sito de grandes, hermosas y ri– quísimas patatas. Aga– rro una y le hinco el dien– te. ¡ Qué cosa más exqlú– sita ! ¡Sabía a gloria! Más que las peras y manza– nas, bananas, piñas y chL rimoyas. Despacho una, después otra, y a conti– nuación otra, todas las necesarias para matar el - 50-

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