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fuga que ¡rndiel'a acometernos . .Menudeaban los l'esbalones .v caídas en tierra . 'l'ambién fray Cin1elo se dió algunos tra:<– pies, aunque pronto recobraba la vertical. Por el contral'io yo, cegato 11iempre y más aun en estos últimos tiempos, no ati– naba a mover los remos inferiores y tropezaba aún donde no había iiingím tropezade1·0, J>rovocando con mis contínnas caí– das y torpes andares las risas y burlas ele nnestrns conduc- 1 ores. ¡Cuántas veces quedé pendiente del ribazo con eviden– te peligro de precipital'me en el abmmo ! Fray Ciruelo me I'('· tenía fnertemente del extremo de la sóga que su.jetaba mis brnzo~, y de tm tirón me hacia entral' en vereda. Alguien se compadeció ele mí y me ofreció UJ1 bastoncito. 'l'anteando con él las sombras y los muchos accidentes del terreno, conseguí (jue mi:; caídas foei·an menos frecuentes. Llev,íbc1mos ya va– l'ias l,oras andauclo en esta guisa. La llleclia noc!Je sería apro– ximadamente cuando entt-amos en una caiíacla. Y ~i 1111,'e.s– lo y peligroso era el ribazo con los abismos adyacentes, no era más segura ni más agradable la cañada con SLt~ baches y cangrejales. A las primeras horas del clía (16 de noviembre) <'ntramos en la barriada de Juyuan. Fray Ciruelo, abando– nauclo por unos momentos mi custodia a Sing Linti, se dis– puso a ejercei· su oficio de cocinero. Se levantó las nrn11gas de su vestimenta capuchina; se puso una especie de mandil, y encendió .el fuego dentro ele una caverna. úos rojos despa– charon con su habittral voracidad cuanto preparó el habilido– so cocinero, y acto continuo se dió orden de reanudar la mal'. cha. Entretanto tomaba aptmtes en mi cuadernito Los ele· más piaotze se miraban 1mos a otros con asomb1·0 y tristeza. I,os pobres nada habían comido desde la mañana del día ante– rior . Y con aquel desaynno hubieron de aguantar un día de tantas emociones y una uoche ele tantas ratigas. No hay c:hiuo que se ave11ga de b\len grado a tan l'iguroso ayuno. Yo man. tenía mi huelga ele hambre y no chisté ni una palabra . Los soldados rojos, temiendo alglma celada de pal'te de los 1·egu. lares, avanzaban con graneles precauciones. Desde las cimM de las montañas más altas vigilaban los centinelas, los cuales en cada paisano veían tm soldado o ttn espía. ¡ Mañana de grandes zozobras para los cornUJ1istas ! Finalmente desembo– camos en ,111 valle espacioso; y respiramos. Los centinelas -46-
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