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• y Dios l e libre de caer en manos de comunistas. Pue$ a los que han tenido esta desgracia les ha quedado para toda la vida huella indeleble. La mayor parte quedan it1utilizaclos para el sagrado ministerio y 110 pocos han acabado por per– der la razón. Conozco a varios misioneros que habiendo pa– sado algunas semanas 110 más en poder de lo¡¡ t·ojos y relati· vamente bien tratados, hau vtielt o a sus casas con sensibles muestras de locura .. .'.' No sabiendo yo ¡¡i 0 teudría oéa~ión de verme ya más con un sacerdote, y en este caso si sería es– tando en mis cabales o con el cerebro perturbádo, por lo qm· pudiera suceder, quise hacer una confesión como si f-uera 111 ítltima de mi vida. No hacía 24 horas que había recibido In absolución; y tm mes antes había hecho mi confesión gene1·al <le toda la vida en los franciscanos de Yen-11gan-fu. ¡ 'Pan me. clrosica se sentía mi alma en. los umbra:es de la etérnidaJ ! Suplico al P. Bartolomé se sirva oírme en confesión; pei·o este buenísimo Padre, creyéndome víctíiua de algún temor infundado y como quien pretende disiparlo, me dice: Déje~e ahora de eso, y deseche todo presentimieuto triste, que hoy mismo conseguiremos S'n rescate, y mañana estaremos los tres juntos en la Misión. Pe1·0 en fin, si desea confesar~e ... ". Y apartándose uu poco fray ísidro y en prese11cia ele todil aquella muehedumbre curiosa me arrodillé ante el ministt·o :kl Señor, y dí m1 recorrido a mi vida pecadora. 24. - Mi testa.mento. Puesta en orden las cosas de nú alma, había que orden,11· también los asuntos temporales . Entregué a Fr. Isidro la8 llaves de diversos armarios, dándole algunas iustruccion<'s J>ara administrar la Misión dmante mi ausencia. .Al P. Ba1·– tolomé encomendé el cuidado de mis cristianos, como dijo que hizo San Ignacio de Antioqufa con San Policarpio . Y estre– chándonos las manos nos dcspeclimos y nos pusimos en mar– cha ( descendiendo ellos al valle y subiendo yo cuesta arriba. 25. - Un momento de desfallecimiento. Y al considerar que acaso ya no vería más a los dos reli– giosos que desaparecían tras la colina, ni a los demás colabo· radores nuestros de Lungting, ni a los capuchinos de la pro- - 34-
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